El devenir nos asedia con hambre obstinada, espectros
que muerden espíritu y razón, —la palabra tiene rostro de lana,
incertidumbres parecidas al infinito de la noche,
a la angustia del desamor que habita al mundo. Esta afonía,
es parte de los acantilados que nos avienta la noche...
Imagen tomada de Wikipedia
TIEMPO DE AFONÍAS
Es tiempo de navegar por zonas en declive, y no, precisamente,
en la lona horizontal de la planicie, impregnada de respiraciones
condensadas. Vemos el acontecer del aire, detenido
en la transpiración de moscardones, azores a la espera
del siguiente día para embriagarse de ceniza.
A ello sumamos la lava diaria de los cadáveres, soterrados
o en la intemperie, enajenados por tanta mano de hojarasca.
El follaje es siniestro a la luz de cada transeúnte: la intuición
se ha hecho necesaria para transpirar esta capilla ardiente
en que el aliento se ahoga ante un amanecer de niebla,
sin más lucidez que el viejo discurso del hollín.
(Con todo este contubernio, conspiraciones y transacciones,
no podemos, el uno al otro, encontrar nuestra propia habitación:
no sólo es la polilla que permea el ala, es que la tortura
nos viene de todas direcciones, arrasa con el alma,
penetra irremediablemente en el cuerpo,
tiene plenas facultades para sucumbir en nuestro territorio;
y así, con sobresaltos, debo pensar en la mansión de tu pubis;
sonreírle por otro lado al paisaje desbocado, lanzarme,
precipitarme en el desvarío de la esperma.)
No hay ciudad que escape a este flagelo. —Libramos la sombra
del pavimento y la encrucijada, muere el oído y el olfato.
El devenir nos asedia con hambre obstinada, espectros
que muerden espíritu y razón, —la palabra tiene rostro de lana,
incertidumbres parecidas al infinito de la noche,
a la angustia del desamor que habita al mundo. Esta afonía,
es parte de los acantilados que nos avienta la noche
con sus perfiles de locura.
(Un día quizá ya no sea necesario un incensario detrás de la puerta,
ni haya que invocar almas puras; la sed supone sonidos nuevos
que giren en el imaginario de la garganta,
en esa ternura desconocida de tu ombligo, mi talón de Aquiles
al tacto, videncia de otra ventana en la bifurcación del camino.
El aliento es extraño cuando te me vienes en marejadas,
Cuando somos azotados, ya no por la violencia ecuménica,
sino por el delirio de la ciencia del orgasmo.)
Jamás la democracia tuvo un precio tan alto: pagamos los centímetros
de libertad que tenemos, con ese abandono cotidiano del sótano
sombrío y el embudo de la noche en los ecos;
en cada penuria, la sombra del hastío, el patio roto de los sentidos,
el sueño a punto de parir nuevos objetos, nuevos exteriores
para este abismo, donde es costumbre purificar los esqueletos
o convertirlos en simples estadísticas para los anuarios…
Barataria, 11.I.2012
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