viernes, 2 de septiembre de 2011

SIMBOLISMO DEL CAPULLO


Tal vez un día, dure la luz de ciertos simbolismos: la virginidad
de los desarmes, los mínimos timbales en las enredaderas,
encontrarnos en el mismo barco del tiempo, sin las tapias
de las persianas en las pupilas; hemos callado, sí, pero también
horadado los zaguanes, no sólo las puertas;...





SIMBOLISMO DEL CAPULLO




Y alguna de mis fibras se desata y encuentra un lugar en determinados casilleros.
A ella regreso como a mi fuente,
allí siento el lugar y la disposición de mi espíritu.
ANTONIN ARTAUD




Tal vez un día, dure la luz de ciertos simbolismos: la virginidad
de los desarmes, los mínimos timbales en las enredaderas,
encontrarnos en el mismo barco del tiempo, sin las tapias
de las persianas en las pupilas; hemos callado, sí, pero también
horadado los zaguanes, no sólo las puertas;
aprendí en la intimidad del capullo que todo ahogo viene de ciertos conjuros
y que nada, además, es fortuito.
Hubo aroma en cada pétalo del timbal, escribimos sobre el papiro
de los poros, diversas sombras de tinta, páginas de alucinantes campanarios:
ahora parece sólo un recuerdo el tragaluz
de la memoria, la fragancia perdió sus coordenadas,
la sombra porfía desprendida de las sábanas, porque al final
nada fue en el metal del día: cada pálpito se hizo sal y no semilla,
la historia casi siempre rompe el poderío de la fantasía,
la geografía de los sueños para volverlos adustas espinas,
hirvientes premoniciones del desarraigo.
Siempre el dique será un refugio para la vocación de los orgasmos,
aunque discurra ciego el hálito y el filo transitivo
de las tormentas, sitie todo sin primeros auxilios.
Con todo y las distorsiones naturales del invierno,
el vuelo empieza ahí, en el designio que no da esa lámpara
del insomnio, pócima del capullo en la fogata de la entraña.
—Me desvivo, así, con este extraño universo, oscuro espejo
de claridades inciertas, vitral del júbilo, mapa de mis extravíos;
en la proximidad, el hermoso capullo de tu sexo en mi memoria,
el hilo colgante de los rieles, y todo lo innombrable
como un velero en las sienes. Con el tiempo,
me he dedicado a ver en el espejo las lunas derretidas del zodíaco,
tatuarme con ciertos fetiches, volver de vez en cuando,
al asombro del pañuelo: un día, amarrados los cuerpos
desconcertaron las aguas, lamieron la impaciencia y el delirio,
invadieron los cuerpos de caballos y tinajas. Luego vienen,
como ciertos pájaros, la migración irreparable de la espuma,
los himnos de la marcha al compás del reloj roto
de los cuerpos brindados; luego la evocación de la sombra
de la llovizna en el cuenco de los ojos.
Con todo, hay una voz deambulando en la caligrafía,
rincones de cristales respirando en la cotidianeidad de la ínsula
oscura de mi memoria…

Barataria, septiembre de 2011

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