Regreso al viento como se regresa a la casa de siempre:
vilano de siete horizontes en las manos del niño
que juega al anhelo, en los dedos urgentes del azahar;
abre los cristales el pájaro que anida en cada sorbo de la garganta,
nítido el ojo en la transparencia del paisaje.
Imagen tomada de Miswallpapers.net
RETORNO AL PULSO DEL VIENTO
saber que nos perdemos como el río
y que los rostros pasan como el agua.
JORGE LUIS BORGES
Regreso al viento como se regresa a la casa de siempre:
vilano de siete horizontes en las manos del niño
que juega al anhelo, en los dedos urgentes del azahar;
abre los cristales el pájaro que anida en cada sorbo de la garganta,
nítido el ojo en la transparencia del paisaje. Yo y el viento,
inclinados en la danza del fuego, entre el vaho
y los días de invierno que repiten el ritmo de ciertos días:
la historia es la misma, sólo que con diferentes encajes,
igual las palabras en el reino del olvido, hasta donde las escaleras
lo permiten. Después de caminar sobre los andenes de la lluvia,
vuelvo a trenzar las aguas de la melancolía,
vuelvo a los equívocos de pecho y sentidos, al treno del ansia
en el rescoldo del poyetón que lacera el reloj en los eclipses ahuecados
de los párpados. Siempre el retorno suscita resuellos,
aposentos de bocas redondas, labores que la noche realiza
en sus brazos, terrenos con intensos crepúsculos:
juego a la querencia del ala y a las posibilidades de las cortinas,
a otro mundo sin lecciones aprendidas, reinventar el lavabo
para abrir los balcones para luego descifrar los granos prematuros
del ruido que amanece en el camino. El hipo a menudo se llena
de contradicciones. Hay territorios que apagan su prodigio:
siempre supe que la simplicidad es la mejor garantía para caminar
alrededor de la transparencia; ahora hay demasiadas palabras
peligrosas y fauces tristemente carcomidas por la sequía,
conciencias abatidas como en cansancio de la voz,
puertas con esparadrapos colgando del dintel del infierno.
Dentro de poco no habrá tiempo para las recaídas,
ni para sahumerios, ni para negar los oráculos; la tortura se ha elevado
como un musgo gigantesco de vinagre, como una cisterna sin párpados,
como un reloj de impuros anatemas.
Porque ya las sábanas se han vuelto eternidad del azufre,
regreso al viento, a la aurora del surco para empezar de nuevo el día
con paraguas diferentes. Entonces cambio de traje,
cambio el costal de las tardes por una alforja más liviana,
acaso la claridad del viento sobre los pinos, haciéndose equilibrio
en la trementina. En el pulso, los tatuajes lentos de la almohada,
los espejos doblados del insomnio, la virilidad rompiendo
las esquinas de la vigilia, el sol naciente del devaneo en las labores
del hambre. Así transcurre el sendero del aletazo,
la rama del fototropismo quemándose en la ebriedad del vértigo.
Así comprendo que retornar al pulso del viento,
es salpicar la memoria de meandros.
Barataria, septiembre de 2011
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