Frente al moscardón del estrépito y el vejamen, el arma posible
para combatir es la rebeldía, no el cielo quemado de los párpados,
no el triángulo equilátero de los paracaídas, ni la sinfonía en gris
mayor de la hornilla, el radio sajado de la circunferencia,
no el ahogo arrodillado en el nubarrón de la neblina del cigarro.
Imagen tomada de Miswallpapers.net
REBELDÍA
Una corona de trenes se enrosca en las sienes, sangran las acequias
de los mapas, crujen las anclas de las ramas en sus rebeldes metales;
a veces es lo único que nos salva frente a la domesticidad:
el subconsciente salta, muerde los dientes de la ceniza, bebe
del mediodía, con sus tragantes purulentos.
Siento que es lo único que nos salva cuando tenemos la inmolación
frente a nosotros, el pulso roto en ausencia de arco iris;
el luto anda derretido en las calles, sangran las puertas
inaccesibles del polvo, la caída enferma del cielo,
con su vieja polilla de calendario, con escobas de miradas siniestras.
Ante el humo, la rebeldía de las aguas para limpiar los cimientos
de las paredes, el vestíbulo de las estatuas, el celofán de las miradas,
los agujeros de las cucharas,
las hamacas arremolinadas en la oscuridad.
Frente al moscardón del estrépito y el vejamen, el arma posible
para combatir es la rebeldía, no el cielo quemado de los párpados,
no el triángulo equilátero de los paracaídas, ni la sinfonía en gris
mayor de la hornilla, el radio sajado de la circunferencia,
no el ahogo arrodillado en el nubarrón de la neblina del cigarro.
Las sombras son como la herrumbre: uno debe alejarse de los relojes
oxidados, del horizonte opaco, de las banderas muertas
que asoman a través de las ventanas.
Uno debe ponerse a salvo porque la escoria es persistente,
si se equivoca el camino desembocamos en los cementerios;
la luz ha sido siempre una plantación de bolsillos: precede
a la posesión del firmamento, pertenece a los caballos amanecidos
en la boca, al arte de interrogar la sombra de las campanas.
Indagar es cuestión de caminar en el desierto:
no se puede dormir quieto en medio de la barbarie,
ni arrodillarse sobre las cenizas de las funerarias. La única posibilidad
es no domesticar la escritura, ni sucumbir a las circunstancias;
cada día es necesario poner el tiempo en el quirófano,
cercenar la baba de las tumbas,
resistir a la inseguridad explorando cada desarraigo,
tomar en serio los años de caminos oscuros, las manos inversas
del pálpito, la lejanía que a menudo se pierde en las tejas.
A cada jardín su invierno de hormigas, lo aparentemente sutil
aunque sea copia del caos, asilo de la penumbra, equipaje de hojarasca.
Así por así, no se pueden abrir las puertas: hay necesidad
De derribarlas, hasta que sangren las aldabas y el día cante
Y el camino quede libre de breña y la almohada río sin muros.
A veces, sólo la rebeldía nos empina hacia el horizonte.
Barataria, septiembre de 2011
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