Camino, marcado por los estigmas de este tiempo, los desasosiegos
que producen las pústulas en el alma, insectos, arácnidos
en la piel del hálito: converge en secreto la zarza del silencio,
las semillas en el abrojo como signos del murmullo y la ruda faena.
Imagen tomada de Miswallpapers.net
ESTIGMA DEL DESASOSIEGO
Escribo en el olvido
en cada fuego de la noche…
JUAN GELMAN
Camino, marcado por los estigmas de este tiempo, los desasosiegos
que producen las pústulas en el alma, insectos, arácnidos
en la piel del hálito: converge en secreto la zarza del silencio,
las semillas en el abrojo como signos del murmullo y la ruda faena.
Entre la rama de espinas he ido sorteando el camino
de lo que fue y es: el mar de alacranes muerde el pensamiento,
los santos fieles que respiran a la deshora de esta lengua
confiada en las estrellas. Ahora dudo de todo.
Aquí fluye la herrumbre de mis poros,; todo esplendor sólo
es reflejo de la luz y no luz cierta. En los horcones espera el invierno
los relámpagos, las pupilas tardan en descifrar lo ignoto.
Sé que me hace falta el diccionario de la claridad para que mis ojos
hablen de caudales, del pulso que se yergue en las estatuas.
En cada estigma de mi cuerpo descubro sábanas empapadas de sudor,
días de ojos vaciados por la salmuera.
Vivo a ciegas la ola del viento, pero no el puñal que saje la breña
de los intestinos, los demonios que me amanecen en el alfabeto.
En este tiempo anclo mi ropa y recuerdos en el armario del aire:
todo el filo de los recuerdos en mi cofre de caoba, las tejas infinitas
enarbolando sus aristas, las añoranzas amarillas del ombligo,
casi sepia los nombres a cuestas de la harina, el perfil del prófugo
purificando sus evocaciones a la hora de subir a la luna blanca
de la hostia en su plenitud noctámbula. Confieso que pongo a hervir
mis pústulas, y en la cesura del garbanzo, viven como mi corazón,
desviviéndose hasta desbordar el dique de su propio mundo.
Para mientras llego, devuelvo mis miedos a la flama,
a todos aquellos muertos que saltan del espejo y transitan en las ascuas del cuerpo.
Me he quedado en el muro de esta sombra,
aguas con cirios que no faltan en las venas, caras quemándose
que nunca entiendo porque el estrépito deja caer mis lentes,
las manos también que remiendan el vacío. Hay momentos
que todo es total desvarío: la puerta que se abre a los cipreses,
las ventanas distorsionadas por el sepia de la espuma,
el plato roto cruzando el mapa del aceite. He acumulado pócimas
sin ningún resultado. Todo es espera o vertiginosidad en las grandes
ciudades que apenas hay tiempo para el afecto,
tiempo para masticar el arcoíris, tiempo sin embudos para la esperanza.
Cubro mis llagas con el ungüento de la brisa,
pero siempre migra lo estable, el soplo que de firmeza a los días.
Dudo de todo: quizá mi enajenación no tenga cura mientras
no encuentre el pleno olvido de los pétalos.
Barataria, septiembre de 2011
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