(Nunca después de la reverencia, hay escombros,
sino este altar mayor donde redimo el azúcar del empeño,
el panal con su respiración alada, el temblor de la cobija.)
Imagen tomada de Miswallpapers.net
ALTAR DEL ALIENTO
Siempre aquí, en las mañanas, junto al altar del aliento,
encima del techo el altar de este pálpito recóndito,
la labor de perseguir el alba, sin espera alguna, la redondez
del tiempo cuelga de la sed, mi materia, mi diario vivir.
La única sombra que me asiste es el hondo camino
y el hondo pensar hasta que la palabra alcance su vuelo,
por encima de las ramas del sueño. Por encima.
(Pienso que la memoria es una suerte de herencia;
acaso destino de la sombra en el recuerdo.)
Arde la claridad cuando se abre el pensamiento:
así es el aliento cuando la brisa llega a la sangre.
Cuando breve el río se aligera en el pecho, cuando
alrededor, el orégano cunde los sentidos. Cuando la estación
del reloj detiene los estiajes, la verdad que nos tritura
impunemente con sus dedos de baraja, sed dibujada
en el viento, lenguas masticadas en la tierra del cielo.
El invierno brinda follajes blindados de anhelos y espuma,
la bruma consume los candiles,
respira la sed en el doble pañuelo del vértigo;
paralelos de ventanas haciéndose sábanas, anclas de arrebato,
urgentes almohadas del sigilo, gazas de rocío
en el ardimiento del prisma revelado en la conciencia.
Siempre el espejo reverbera en los costados:
siempre traigo a cuentas el retrovisor de las sienes,
los días que aún duermen en el odre del arcano.
En la saliva hay embriaguez de herejías, veleros raptados
por las goteras del pulso, arteria rota de los aleros;
como todo, mi voz acude al viento, detrás de cada ojo
hay sequía de cuerpos y puertos, abiertos cuerpos
traspasando límites, el abecedario del arroyo en las manos.
(Nunca después de la reverencia, hay escombros,
sino este altar mayor donde redimo el azúcar del empeño,
el panal con su respiración alada, el temblor de la cobija.)
¿Qué me queda después de caminar sin límites,
deslumbrado en la imagen de tus manos, ruta del fuego,
con esta cosecha de reincidencia?
El camino es ancho y tiene distancias insospechadas;
sucede, sin embargo, que así seduzco esta vocación
de caminar atisbando el presente. El mapa del altar es oficio,
donde la mirada se hace vuelo, y el aliento, afluente
del nosotros que hemos vivido transformando el desvelo.
Un día, sin duda, cambiaremos la noche por espigas,
La intimidad, pródigo tortilla, revivida, creciente de nosotros.
Nunca elevamos tanto el vuelo, sino hasta que el aliento
Subió a categoría de pájaro, bitácora de viaje.
Barataria, septiembre de 2011
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