Tantos trenes repartidos en la luz y dejados en cada itinerario
de inviernos. Piedras gastadas de tanto andar, sombras, miedos,
equívocos que fueron petrificando la sal de los sueños;
caballos de viento en el viento de la lengua y el follaje,
rieles de lluvia sobre el pasto de mis sienes,
FOTOGRAFIA DE SERGEY DOLZHENKO
RECUERDOS E ITINERARIOS
Estas aquí donde mi corazón pretende comprender,
Donde la cruz se inclina, cae, me encierra,…
LOURDES GONZÁLEZ
Tantos trenes repartidos en la luz y dejados en cada itinerario
de inviernos. Piedras gastadas de tanto andar, sombras, miedos,
equívocos que fueron petrificando la sal de los sueños;
caballos de viento en el viento de la lengua y el follaje,
rieles de lluvia sobre el pasto de mis sienes,
estaciones amarillas donde las hojas hicieron hamacas,
portales donde la nubes me esperaron siempre, barquitos de papel
que las aguas deshicieron en la risa. Hoy todos son recuerdos.
Peces terrestres invitados al brasero, ventanas con discreción
de sombreros, retratos, trajes,
tejados donde resbalan las aguas del musgo.
¿Dónde están ahora las trompetas de los poros, el toro de la llama,
el rocío del pájaro, mientras migra el trajín de las sábanas?
¿En qué vigas quedan grabadas las semanas de pan,
el caracol infinito de la mujer que bebió todos los inviernos míos
a puerta cerrada, la que sostuvo mi tórax con su armadura?
Le doy un puntapié a la bicicleta de la angustia:
quiero preservar, intactos, los recuerdos e itinerarios,
recordar los pezones desesperados del galope,
mojar en la escuela del tiempo, perder la razón en la espuma,
quitarme los cansancios debajo de los pinos, reptar sobre la ráfaga
de la sandía, hundir el pedernal en los sueños.
Recordar es siempre, dirigir la mirada al horizonte;
aunque haya lenguas de ceniza esparcidas en la proeza de las pupilas,
tardes acumuladas de semanas,
presencia inabarcable de las certezas.
En el tránsito, a uno le toca descreer cuantos pasadizos
hay en el sollozo; todo finalmente se palpa en los sueños:
el cuerpo del gozo o la canícula, la cadencia de la borrasca,
la pira en la lección del aroma. Después de todo,
recordamos también, el modo imperativo de los suspiros,
la espera que nos embriagó de impaciencia, la sombra
de las palabras cuando se enredaron con la zarza,
las agujas que en la niebla produjeron el grito.
Un río adentro, en el mapa de la conciencia, me dice que frente
al balcón, hay relojes fragmentados, partes de un vitral fenecido,
—escaleras desde donde se vislumbra el fermento
del himno consumado en el pulso.
Ahora sólo recuerdo tantos itinerarios: atajos, minutos de memoria.
Recordar es siempre, darle paso a la vehemencia, pero también,
bajar al pozo del insomnio, reconstruir la dureza de las tejas,
morder lo entrañable del zodíaco, trazar un puente entre el ayer y hoy.
Respirar a manos llenas las paredes.
Barataria, agosto de 2011
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