viernes, 29 de octubre de 2010

AUSENCIA

Las ausencias siempre tatúan la vigilia. Esa hoja seca, desbordada
De la noche. —Sobre el follaje el aliento alucinado de los meses.
El río de caballos que no es el mismo, los tropeles en las sienes,
Y esa distancia irremediable de la paz. Esa lluvia lenta, horadando
Las paredes de abobe, masticando la intemperie.
Imagen tomada de la red





AUSENCIA






Las ausencias siempre tatúan la vigilia. Esa hoja seca, desbordada
De la noche. —Sobre el follaje el aliento alucinado de los meses.
El río de caballos que no es el mismo, los tropeles en las sienes,
Y esa distancia irremediable de la paz. Esa lluvia lenta, horadando
Las paredes de abobe, masticando la intemperie.
Es un poco velar mortajas esta espera. Es la plegaria del pabilo
Mortecino, duna encarnada en el silencio, palabra sin estribo.
A menudo me toca remover los huesos del alfabeto o las alas
Que descendieron a lápidas, o tragar el vapor ajado de los harapos.
(Ahora mismo tengo un puñado de sílabas tormentosas, y quién
Sabe si de guijarros pasen a ser polvo, ataúdes rotos, días comidos
Por la sal de la lágrima, lecho invadido por almohadas rancias.
Ahora mismo Leteo se apodera de los pájaros y de la noche y los nombres.
Después de todo queda la travesía por el fuego: exasperado paraíso
De demonios donde vos ni yo somos inocentes).
El extravío es tal que ya no tienen nudo los sentidos. —De hecho
El firmamento es una rama de ocote en plena combustión. El vértigo
Desfonda los orgasmos, el hocico del planeta se ha vuelto látigo.
Lo indecible pierde las crestas del tacto. La sangre traspasa, sin embargo,
Las noches de los embudos y los aluviones, el sol del sexo en el subsuelo.
A menudo —y aunque sea paradoja— en el espejismo uno recobra la cordura;
Al menos eso me pasa cuando la memoria piensa en las enredaderas,
En las persianas simulando escaleras, en las efigies inevitables
De la existencia. De pronto, tras la ráfaga supura la boca de lo ignoto.
O lo ignoto desteje esos hilos que se ocultan en el Universo.
El trasluz se hizo de andrajos. No sé si existe todavía extensión
Para la transparencia: —o para encontrar rostros bajo la lluvia,
O para alcanzar al viento, ahora, con los ojos recostados en el lecho de la almohada.
¿Dónde es menos adusta la distancia, cualquier distancia?
¿Dónde puedo encontrarte sin aldabas, sin puertas, sin paredes, con ventanas?
¿Dónde el miedo ha dejado de ser patrimonio, piedra en la boca?
—Algún lugar habrá menos frívolo que ciertas películas de Hollywood.
No sé si en los mataderos de semovivientes, en las cucharas soperas,
En las catedrales donde la memoria simula zapatos, en los jardines del eco,
O en la simple cobija que cubre la chispa del laberinto.
Nunca sé cuando los días son tan ciertos como el papel reciclable.
O los abrazos se hacen pepitas de aliento, o semillas del desvarío.
Aún así escarbo en las trampas de la fe. No en el niño de Atocha,
Ni en los Santos de la Santa Iglesia, ni el mapamundi del azar, ni en la espuma
Gastada por los dientes de las olas, ni en el nahual de mis ancestros.
Doy por cierta la hora visible de los poros: —El escombro copiado
A la brisa, la pesadilla de las tijeras en las pupilas y los poros y las sienes.
Doy por ciertas las jaulas y las máscaras, el porvenir genuflexo,
Doy por cierto, la alacena vacía —el espejo a oscuras de las sábanas
Sin cuerpos, las trampas del alfabeto en las tapicerías, y esta forma simple
De ser tras los pájaros atisbando fardos de vuelos.
Doy a lo imposible el único rostro que tengo: —el mediodía innumerable,
Y este recelo de perro agolpado en las aceras,
Y este bosque ensangrentado de letargos,
Y esta sustancia de mimbre con días oscuros,
Y este latido de amaranto en la cinta de mis zapatos…

Barataria, 29.VIII.2009

4 comentarios:

Marina Centeno dijo...

Querido André:

Hay algo de belleza en las ausencias, a cada migaja de luz que se incorpora en el anochecer, porque todo en la ausencia es como el frío -gris-. Entonces, llueve, se mojan las persianas y se escurre el día entre la casa hasta la habitación... porque el frío es así -André- intempestuoso, arrebata del leño la dulzura más cálida y hace del alambrado su cordel. Yo sé contar ausencias con los dedos y aferrarme a la dureza de una fecha pegada a un calendario, pensando que las estrellas tiemblan cuando pasa la noche mansamente, aunque la cama sea un vértigo de Fé.

Un beso desde mí para ti, Poeta.
Saludos.

André Cruchaga dijo...

Sin par tu comentario, amiga poeta. Y me llena el saber que mis palabras encuentran eco en tu estro.
Ah, las ausencias... también abanzan como la esperanza;
parten el alma, pero quien la ustenta y la aguarda, sin duda tiene
alma de Job,
desde las ausencias, se pueden ver también, las puertas de la aurora.

Te devuelvo el beso con rèplicas.

André Cruchaga

Marina Centeno dijo...

Es que todo lo gris lo hago mío -André- porque llevo lo frío calándome los pechos, hurgandome el recóndito lugar donde el cimiento es una masa triste que se ajusta a la ciudad. Pero,sabes -Andre´- lo gris es luminoso, como la ausencia, como la caducidad del enlatado, como la tarde que se incorpora al anochecer, como la palabra que violenta al pleonasmo, como la sequía que cuartea la piel... ¡qué belleza es lo triste! ¡qué dulzura en la ausencia!....

André Cruchaga dijo...

Pues comparto contigo esos pensares y pesares, compañera:
A más desaliento, marores interrogaciones;
a más ausencia, más sueños encabritados.
El suplicio vuelve clandestina la conciencia;
hoy, ayer, por las calles del imaginario,
piel, descubrimiento, olas:
hasta beber o confabular o fabular
ese otro lado del jengibre

abrazos, siempre,

André Cruchaga