jueves, 28 de octubre de 2010

Luz a ciegas

Yo sólo sé del tiempo que cae sobre mis hombros.
Nada más de ese tiempo que ata mis raíces al destino.
Lo que fue llama —forma efímera de la alegría.
Construí caminos y en ellos perdí toda compañía.
Perdí cada hora en la conquista de nada: perdí
Libros y la verdad al pie de los zapatos —nada queda
Sino el ojo que se alía con un torrente de sal.
Imagen tomada de la red





LUZ A CIEGAS



Yo sólo sé del tiempo que cae sobre mis hombros.
Nada más de ese tiempo que ata mis raíces al destino.
Lo que fue llama —forma efímera de la alegría.
Construí caminos y en ellos perdí toda compañía.
Perdí cada hora en la conquista de nada: perdí
Libros y la verdad al pie de los zapatos —nada queda
Sino el ojo que se alía con un torrente de sal.
Las puertas sobre un juego de vacíos extenuantes;
La verdad del rayo en la aridez ardiente:
El luto como un tugurio de cartones sin vocablos,
El íntimo dardo desvivido en los recuerdos…
Un día y otro día feroz el polvo de los alaridos,
Los silencios lentos del olvido, las manos atardecidas
En el horizonte sin que el mundo abra su bosque
U otro itinerario sin ausencias…

Yo sólo sé del tiempo que cae sobre mis hombros.

Sé de los pétalos sobre los pómulos de las piedras.
Sé de la memoria que iza el sigilo de la clorofila.
Sé del mar obseso ahogado en mis recuerdos, de las sombras
Que siempre han aguardado mis desvelos…
Sólo me queda el rastro de la pureza en mis manos:
La claridad o el misterio expiraron en mis labios,
Se los llevó el deambular del incienso, el rostro extraño
De las ansiedades, o el abismo donde los espejos
Languidecen de ramas y caminos: hundo mis sienes
En la ventana del viento —la piel ha perdido su tinta
Verde en la nada: la noche es vidente y la luz, ciega
Mesa para retener los puertos entre los dientes.

Yo sólo sé del tiempo que cae sobre mis hombros.

Ahora veo el mundo desde el claustro de las celdas.
Lo veo en el claustro doliente de lo adusto —ahí también
He desgarrado las entrañas y la sutil asechanza de las abejas.
Nada me es extraño: ni los relojes roídos de los golpes,
Ni el coloquio cómplice de las ficciones, ni las paredes
Que duelen al límite de lo humano…
Ahora callo sin despertar las campanas, después de exterminar
Los colores, y probar oscuras criaturas en mis pupilas.
“Solo como una nota que florece en las alturas del vacío
No hay bien no hay mal ni verdad ni orden ni belleza”…
No hay más verdad que la penumbra rompiendo los espectros;
Solo el vacío indiferente de las miradas y el frío aturdido
De los sueños…

Barataria, 21.IV.2009

2 comentarios:

Ana Muela Sopeña dijo...

Cuando todo está perdido nos queda la palabra, André.

El vacío puede llenarse con la belleza de tus letras y el suspiro de la emoción poética que se desprende de estos versos.

Maestría en tu obra.
Te sigo

Un abrazo de luz y poesía
Ana

André Cruchaga dijo...

Gracias Ana, por tu mensaje. Es un privilegio tu visita.
La luz siempre nos asalta
con su voz atrapada
en la oscuridad.
caballos al galope muerden
esta órbita de las sienes
donde redime el sujeto su ceguera.

Un abrazo, poeta querida.

André Cruchaga