domingo, 17 de octubre de 2010

POLVO INFINITO

Ahora en medio del polvo el olor a cipreses. La sangre vencida
Alrededor de agujas. Entre mis dedos, el himno de la escritura,
Rodeado de la yerba inminente del color desdentado.
La locura alarga sus páginas de cieno.
Siempre la habitación imperfecta de los recuerdos, presente en el cojín
O la almohada, la saliva que viola el ojo de la campana,
El estiércol que mastica los retretes.
Fotografía de D. Francisco José Jiménez Manzano





POLVO INFINITO




Sí, nos equivocábamos creyendo que el paso por el día
era lo efímero, el agua que resbala por las hojas hasta hundirse en la tierra.
JULIO CORTÁZAR




Ahora en medio del polvo el olor a cipreses. La sangre vencida
Alrededor de agujas. Entre mis dedos, el himno de la escritura,
Rodeado de la yerba inminente del color desdentado.
La locura alarga sus páginas de cieno.
Siempre la habitación imperfecta de los recuerdos, presente en el cojín
O la almohada, la saliva que viola el ojo de la campana,
El estiércol que mastica los retretes.
Siempre equivoqué el vértigo por el abismo y en ese trance perdí
Sombreros y paraguas: perdí las palabras en el ojo del túnel.
A riesgo de la pesadumbre, desfallecen en mí los girasoles:
La mezcla de ruido y lluvia ciega los párpados de las puertas.
—Los insectos discurren en el vaso de mi respiración. El fósforo
De la duda quema el follaje, resbala en las cuencas, hasta la frontera
Del pez de la fragilidad.
El animal crepuscular del polvo muge en los cuchillos ahorcados
Del óxido; muerde la lengua de las bisuterías,
Rompe el pájaro sucesivo de las ventanas.
De pronto el hierro de la soledad se siente en la piel. Caen los cabellos.
Baja la temperatura de la cama,
Coarta el abanico de la angustia. La noche diluye los zapatos.
De la lengua de cada mes bajan hilos de saliva, las bocinas del polvo
Con su saña, el continente mordido del desierto.
De pronto nos asedia la séptima oscuridad de la albahaca
Con sus pómulos de domesticada escalera. La voz, alrededor
De la servidumbre, los altares benéficos de los muros. La teogonía
De la polilla en su propio sótano.
En las afueras son favorables los burdeles. Newton, Copérnico,
El Caballo de Troya, el gozo suculento de la decrepitud con sus atavíos
De cíclope, el pan extraviado en los albañales,
Y hasta el ojo ciego de los pasadizos.
Lo cierto es que hay más de cuarenta días arrojados a las aguas
De la paranoia; y más de cuarenta noches de lúgubre alarma.
Aquí los ojos en la lápida del polvo. En el sótano de la herejía, bailan
Los cepillos de la alucinación.
El tropo de las cunetas duerme en los poros. Espejo ciego al adicto
Del tizne. La noche de la tortura infinita, pavor amargo de la alambrada.
Todos los relojes atardecen en el pájaro de la tarde.
Húmedos los ojos, contradicen a los paraguas. ¿Hay otra puerta
Que arrastre el polvo?
—La sombra del polvo se enreda en mis dientes. Deliran las libélulas
Premonitorias de la respiración…

Barataria, 13.X.2010

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