Sobre los poros, cuando cuelga el tul de la tierra sobre las sienes.
Por cierto que aquí, se requiere de aplomo para los efluvios
Y el suplicio. Los colores desvanecen su acuarela; finge la arena
Del cielo en los ojos; resbala el hímen cada centímetro de perfume;
Imagen tomada de la red
HÁBITAT DEL ERMITAÑO
…recuérdanme dos lámparas prendidas
en la penumbra de un altar desierto.
RAMÓN LÓPEZ VELARDE
La cueva es una lección de monótono solfeo cuando la noche irrumpe
Sobre los poros, cuando cuelga el tul de la tierra sobre las sienes.
Por cierto que aquí, se requiere de aplomo para los efluvios
Y el suplicio. Los colores desvanecen su acuarela; finge la arena
Del cielo en los ojos; resbala el hímen cada centímetro de perfume;
Al ras, el manglar del olfato; al ras, el toldo del fuego,
La racha verde del musgo,
El índigo de la luz sobre las ingles, el desván creacionista del esperma,
Como la epilepsia en la sombra horizontal
De los muslos en la ola del incensario.
¿Hay paz en el encaje del murmullo, en esta racha de por si oscura
Del cordaje? —la hay en la giba del eco y el jadeo.
La hay en la ramazón lívida del velamen, en el muelle sinfónico
De la gota, en esa herida que clama el ritmo de la ola.
La luz asume su actitud de granito. Es luz esta ancestral escalera
De la pirámide, vitales jeroglíficos del paraje, pinares de flamígera
Resina como el aroma del libro encantado.
(Avanzan las aguas entre montaña y mar, avanza la ceja de la lengua
Sobre el cuerpo filoso de las dos persianas, sobre el lomo de la lejanía.
Todo aquí es pórtico lacio, meditación acumulada,
Fuego de lluvia interminable, fines de semana sin reposo.)
Nacemos en la mesa circular del sueño. Las paredes borran el espejo
De esos nombres demenciales del periplo.
Y es que los ojos, en la comida, desconocen la ceniza; solo inventan
Almendras de memoria para la armónica de bestia sobre el polvo.
De pronto nos sobra el lenguaje de las palabras.
De pronto el silencio, sordo, se acomoda en los poros.
De pronto las aguas de la semana requieren de barcos.
De pronto este hábitat esparce los sonidos del pan. Amanece la sangre
En cada traje del jadeo,
En la flauta elocuente de la sed, en el caballo que ahonda
La diafanidad, en aquel dócil balcón del ansia.
De pronto la bestia de la porfía al servicio de la caverna.
(El imán repita su porfía en la hamaca de la llama; mojarra que llueve
En las manos con sabor a madera.)
De pronto el génesis como un colibrí colgando de la campana
Del conjuro, —hogaza de luciérnagas en la yugular.
Después, la saliva desenrolla las claves de la Patria. Ante todo, seca
Las cortinas del vértigo. Ante todo quema la sal de la esgrima.
Por cierto que aquí, no necesitamos de paracaídas, ni de paraguas,
Para bajar o cubrir el entresueño…
Barataria, 23.XI, 2010
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