Pintura: © Amadeo Modigliani
En el adiós no hay olvido
No llueve y es curioso. Yo diría
Que no ha llovido nunca. Que la lluvia
Fue un sueño que alguien tuvo en la sequía…
Alexis Díaz-Pimienta
En el adiós no hay olvido para borrar
Los pensamientos que nos asedian,
Ni en el sueño que gime cubierto de briznas.
El olvido sólo es una voz mutilada,
—paradoja de inhóspitos baúles—
Que se echa a la suerte
Sobre los signos grises de la memoria.
Se parece a la voz de la noche;
En su sombra hay ecos de voraz desvelo
Y de irrespirables baldosas.
Lo único cierto es la mordida en la carne,
Y el ahogo sin pájaros debajo de las sábanas.
En el adiós no hay olvido, (pervive el zumo),
Sino miedo y nostalgias, débiles hojas de asombro,
Lágrimas devorando los secretos,
Páginas de inconfesados desvelos,
Pretextos insólitos, ducha sin agua,
Fotografías sin postdatas,
Vientre cerrado a la llovizna bautismal,
Besos con sábanas indecisas,
Muslos cerrados a los charcos de los ojos,
Cráter de luna para otros pantalones esquizofrénicos,
Como la herencia inevitable del vinagre,
Como la neblina ruinosa en medio de un túnel.
El fuego, en su vigilia, sangra…
Abre las sienes en racimos de escombros.
Hay abandono de lapidada iglesia,
Y huellas de blanca sentencia: ceniza, acaso,
En la delgada pupila del horizonte.
Todo amor tiene dificultades. El fuego mina
Y golpea. En el muro del espejo, —el pulso del amor
Muerde en su fuga, busca extraña suerte—
En tanto la sangre reverbera obedientes vapores.
Todo comienza a ser piedra o armadura,
Neblina, medianoche, sombra inventada
Por los fósforos del sonambulismo.
El adiós, al final, pierde su sabia armonía,
Cuando los atuendos del amor son quitados
Y en la palabra no hay estrellas,
Ni aire de cariñosos brazos.
Cambia la claridad, adentro, del trozo de vida;
Y, en cambio, emergen
Sospechosas crisálidas de granito.
A menudo los finales tienen aliento de escoria:
Uno pierde la atalaya del vuelo,
La lluvia se anega de gotas moribundas;
Y lo que todo fue ventanas,
Ahora es noche y desnuda parábola.
No sirve ya la fantasía en pleno Otoño.
Antes fue una catedral de pétalos,
—Obediente vuelo, nómada desnudez—,
Hoy sólo habla el eco del incienso
En su taller de ceniza…
(Hoy comienza otro vuelo desde la oscuridad;
Encenderé la memoria para tener presente las promesas:
Toda luz, plena, decrece hasta convertirse en noche.
Noche donde las huellas vierten cuadernos desvelados).
Barataria, 21 de julio de 2007.
En el adiós no hay olvido
No llueve y es curioso. Yo diría
Que no ha llovido nunca. Que la lluvia
Fue un sueño que alguien tuvo en la sequía…
Alexis Díaz-Pimienta
En el adiós no hay olvido para borrar
Los pensamientos que nos asedian,
Ni en el sueño que gime cubierto de briznas.
El olvido sólo es una voz mutilada,
—paradoja de inhóspitos baúles—
Que se echa a la suerte
Sobre los signos grises de la memoria.
Se parece a la voz de la noche;
En su sombra hay ecos de voraz desvelo
Y de irrespirables baldosas.
Lo único cierto es la mordida en la carne,
Y el ahogo sin pájaros debajo de las sábanas.
En el adiós no hay olvido, (pervive el zumo),
Sino miedo y nostalgias, débiles hojas de asombro,
Lágrimas devorando los secretos,
Páginas de inconfesados desvelos,
Pretextos insólitos, ducha sin agua,
Fotografías sin postdatas,
Vientre cerrado a la llovizna bautismal,
Besos con sábanas indecisas,
Muslos cerrados a los charcos de los ojos,
Cráter de luna para otros pantalones esquizofrénicos,
Como la herencia inevitable del vinagre,
Como la neblina ruinosa en medio de un túnel.
El fuego, en su vigilia, sangra…
Abre las sienes en racimos de escombros.
Hay abandono de lapidada iglesia,
Y huellas de blanca sentencia: ceniza, acaso,
En la delgada pupila del horizonte.
Todo amor tiene dificultades. El fuego mina
Y golpea. En el muro del espejo, —el pulso del amor
Muerde en su fuga, busca extraña suerte—
En tanto la sangre reverbera obedientes vapores.
Todo comienza a ser piedra o armadura,
Neblina, medianoche, sombra inventada
Por los fósforos del sonambulismo.
El adiós, al final, pierde su sabia armonía,
Cuando los atuendos del amor son quitados
Y en la palabra no hay estrellas,
Ni aire de cariñosos brazos.
Cambia la claridad, adentro, del trozo de vida;
Y, en cambio, emergen
Sospechosas crisálidas de granito.
A menudo los finales tienen aliento de escoria:
Uno pierde la atalaya del vuelo,
La lluvia se anega de gotas moribundas;
Y lo que todo fue ventanas,
Ahora es noche y desnuda parábola.
No sirve ya la fantasía en pleno Otoño.
Antes fue una catedral de pétalos,
—Obediente vuelo, nómada desnudez—,
Hoy sólo habla el eco del incienso
En su taller de ceniza…
(Hoy comienza otro vuelo desde la oscuridad;
Encenderé la memoria para tener presente las promesas:
Toda luz, plena, decrece hasta convertirse en noche.
Noche donde las huellas vierten cuadernos desvelados).
Barataria, 21 de julio de 2007.
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