©Pintura de Jane Graverol
CUERPOS
CIEGOS
Mientras
cae la noche ondea el sinfín: aquí, tu mirada ciega de existir
y la fruta
desnuda entre mis manos. Bracean los pensamientos
y las
pulsaciones al límite de lo inexplicable: cantan tus pechos
íntegros en
el sol de la sed. Un suave litoral de saliva,
moja los
cuerpos, en tanto la sangre virgen se vuelve tormenta.
(Sé, que
edad y tiempo se nutren de esta savia unánime que emerge
del tronco
de dos cuerpos. En la rosa derramada sobre la tierra
tiembla el
mar hasta desvanecerse.)
La
estupidez sigue perdurable al igual que los geranios atrapados
por algún
filósofo, un cangrejo en una botella de mar desconocida.
Es inútil
la realidad y su anacronía.
Es inútil,
al mismo tiempo vivir con las contaminaciones de tantas
interjecciones
apuntalando el horizonte, la ventana en el traspatio
de la sed
desmoronándose en cuerpos ciegos.
«¡Y saber
que donde no hay un Padrenuestro, el Amor es un Cristo
pecador!»
saber que la zozobra es el tísico fulgor que aniquila
todo cuanto
los años han construido.
Hoy es
difusa aquella inocencia que transitaba anhelante
y sin
pañuelos.
Nosotros
pecadores, recayendo a cada rato y cargando sin suspicacia
las
dolencias de un amor proscrito con el temor de los paréntesis
y los
amuletos.
Por eso
están los recuerdos que asumen la supervivencia nuestra.
Del libro: «Mesón Vallejo», 2020
© André Cruchaga
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