©Pintura de
Jane Graverol
MIRADA INTERIOR
Aquí en lo
hondo del pecho, el invierno y sus dicotomías líquidas,
lo ígneo de
las heridas. Uno sabe que, en el tallo de la sangre,
crecen
lluvias de mimbre y yute, y remotas cobijas que arropan
el
subconsciente de historias que comparecen en el presente.
Es natural
que nos muerdan armaduras en desuso y ríos apenas
vividos y
gotas como ornamento de una desnudez fenecida.
A ratos uno
queda cercenado de fiebres y desintegrado tal un espejo
hecho
añicos por manos ásperas.
En la
historia más reciente, el remedo, la hediondez esquizofrénica
de la
publicidad y su maquiavélica bonanza.
Si algo hay
de cierto en los abanicos del paladar, es la boca
de
herrumbre de los ecos de algún monólogo amenazante.
Ya nada
importa y no nos debemos de preocupar de vivir fugaces
en
discursitos petrificados que hacen perder la calma, apacentar
la marcha
de lengua ante mis ojos que advierten piedrecillas.
Aquellas
inclemencias asomándose obscenamente al cortejo dejaron
su marca y
su miseria; ahora el tiempo cobra su precio, mientras
nadie acude
a la casa con magnanimidad.
Era
mansamente fiera en mis brazos, cárdeno cobijo en la botella
de mar de
mis desnudos laberintos.
Después del
desove nunca más compartimos aguas.
Del libro:
«Mesón Vallejo», 2020
© André
Cruchaga
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