©Pintura de Marcelle Loubchansky
AGUACEROS
DISFRAZADOS
La vida es lo único que importa, pero qué precio debemos
pagar
para vivirla, qué topografías erosionadas nos
circundan, qué grietas
masturban el aliento, qué semen brota del tobillo de
los parpadeos,
qué huéspedes entran como una mujer linda a nuestra
casa:
un fardo de herejías se abre como prodigioso fonógrafo.
Después de todo, aquí inhalamos cualquier dureza y
bebemos
los mismos viejos aguaceros disfrazados de vanguardia.
Y sin devolución los elevamos a culto.
He vuelto a los silencios del pretérito y hablo de
cansancios yacentes
y musito los recuerdos vértigo igual que la vida en
libertad.
En mi poquedad el amor al prójimo, el nosotros que se
ha vuelto
blanco o negro, sin matices.
Usted en un armario pensando en la castidad, incólume
con sus oraciones; yo, mudando de infancias
incumplidas.
(En lo oculto, asesta el terror su constelación de
puñales y codicia.)
¿Sirven las meretrices para sobrevivir a los declives alevosos
de la autocomplacencia y a su macabro aguacero?
El oleaje es un pulpo que se desliza a través de
múltiples espejos.
Nadie ve el soplo hechizado del harapo girando
aferrado
a su maldición de pretextos engañosos.
En mis ojos persisten las máscaras y sus aterradores
caballos
cercenados y sus cráteres de rostros oscuros.
Sobre mis trapos indecisos, el horror tan actual en el
espejo.
© André Cruchaga
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