©Pintura de Pierre-Louis Flouquet
MISERIAS
Ahí, «la cocina a
oscuras, la miseria del amor» y su fetichismo
desesperado y su
siempre triunfante destrozo.
Me toca expoliar
la argamasa de las sepultadas tormentas.
Ante el nudo ciego
de la hiel, un minuto puede ser el absoluto:
Después de la
ficción, me quedan las migajas,
y la porosidad
gótica de los desollamientos.
En el reparto de
los miedos, los secretos audibles de un país
marginal, o el
disfraz que de pronto se vuelve gregaria brasa.
En realidad, no
hay lugar para rostros nuevos,
en el sordo jazmín
de la aurora «a deshora, en los cadáveres.»
Tampoco para el
descalzo, entumecido de quemaduras y dolor.
Tampoco se puede
renacer respirando vísceras ajenas.
Desde el interior
del gentío lo que veo es la misma herrumbre,
y ciertos
inviernos que sólo vislumbran niebla.
Sí, por cierto,
sangra el anhelo y duelen las disidencias
y su estampido de
espejismos. Duele la ofensa mucho más acá.
Sí, por cierto,
estoy empapado de miseria y mazmorras de azufre,
y ahuecados
manuscritos y gangrenas de baba.
Traemos desde la
orfandad, esa noche aterradora de uñas.
Y el paladar
ilegible por tantos despojos.
Alrededor de mí,
merodea el harapo con su acongojante injusticia.
Del libro: «Mesón Vallejo», 2020
© André Cruchaga
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