© Obra
pictórica de Joan Miró
OJO DE TIERRA
En el ojo de tierra
del pecho, los relojes de sed y sus extremidades. Sucede siempre que en algún
lugar: cascabelean las avispas de los pensamientos, verdes de fuego los
pájaros, ebrios de salmuera los goterones pestañosos de las aldabas. —Siempre
persigo hasta el más mínimo vacío en medio de la hojarasca, en la bocamanga
desabrochada de los trenes, en las pringuitas de saliva de los colibrís.
Siempre estoy ciego como las sombras indefinibles de las alas. Llueve en la
librería superior de los pinos; en lo recóndito, humean tambores y fieras. ¿Quién
preside la luz después de todo? Abro la sombra y la luz de los recuerdos y
deshago los techos convulsos de aquellos recuerdos u olvidos.
En el silencio osificado de las palabras, la opulencia ciega de los párpados. El querer asir todo los imposibles, saciar la sed del prójimo. (Sobo el atrio de los sarcófagos; araño la tierra desabrida de las semanas.)
Hay ecos como piedras que lloran en el aliento y hedores de masoquismo. En medio de las vértebras, solo se ven las infusiones solapadas de la tortura cotidiana.
—Después, alguien se lava las manos. Honradas manos del granito.
Del libro: «Mi memoria se ha cansado de llover y esperarte», 2022
©André Cruchaga
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