LEJANÍA DEL
PAÍS
Como el árbol deshojado en los arriates, desvanecida
la piel con esparadrapos, los crímenes a la orden del día, ese infierno
cronometrado y confeso, en el que se juegan todas las palpitaciones. Uno no
tiene la esperanza ni siquiera de una muerte digna. Cada vez te respiro como un
arlequín país de mierda. País al que sólo unos pocos se lo quieren robar al
crédito o de contado. Sólo la risa en cascada hace su propia historia, máscaras
y túnicas y algunos inusuales alquimistas connaturales del insomnio. Bajo el
rictus granulado de la llovizna, la piedra de la barbarie siempre ilesa, como
aquellos trazos indelebles de la agonía. Toda la caligrafía del miedo está aquí
con sus bolsillos inveterados. Severos los rostros, plagados de baches
indisolubles, de bautizos desmemoriados, y soñolientas ranuras de contrafiguras
oscuras. Desplumadas sus dos únicas vocales, sólo queda el tabique de las
consonantes y su roto raudal de gorjeos. Y su espina del tamaño del cielo.
Levitan las sombras sobre las paredes del eco. Sobre la cobija de viuda negra.
A ver si algún día le podemos dar escarmientos al terror. Sin duda, muchos se
complacen en darle vigencia al hambre, estirar el umbral de la mesa vacía,
fundar más desengaños y excrementos. Me quedo absorto frente a la convulsión de
las lágrimas del cierzo. (En algún lugar
del país, es preferible cavar la propia tumba y dejarla ahí que repose fría y
desnuda como la pala amarilla del aliento al momento del trance. En el júbilo,
el estrépito de los pájaros)…
Barataria,
2014
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