©Pintura de Salvador
Dalí
MUNDO ENCADENADO
Llevamos, entonces, una luz de
pulsaciones en los costados del aliento.
En la sombra desnudaba el escalofrío
de tus labios: devoraba
ese mundo de sueños que todavía nos
encadenan; mordíamos la losa
del escondrijo hasta ver peces en el
lago de la contemplación.
A la memoria ascienden todavía los
relámpagos y aquella leche
de luciérnagas en las paredes que
sostenían el estertor y los sedimentos
del pantano incendiado en los ojos.
Cada poro cavaba su sahumerio.
Ahora, claro, ya hemos consumido la
extraña carne de la aurora;
y nos acompaña, solamente, el polvo y
su secuela de paisaje fenecido.
Sé que en el mundo, nunca caben los
sueños, salvo el pavimento
suicida de los silencios que socaba
el crepúsculo.
Antes y después, siempre ha sido
mucha la sed y extraños los jardines.
Una gota encadena el cierzo y vuelve
maleza los pensamientos.
En mi el ojo petrificado del cadáver
en un país de sílabas de infierno,
una sonrisa turbia de perezas, un
espejo de hierro en cada gesto.
Sobre las ojeras del calendario, un
violín de ventanas despedidas,
un precipicio mordido por el tumulto
de cipreses
que el frío nos deja laboriosamente
como un cuchillo.
Mañana, si es que existe, esta suerte
de un invernadero de pañuelos.
Barataria, 2014
Del libro: Primavera de arcilla
©André Cruchaga
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