EN SEPIA
Ignoro la razón de los retratos, así
en las pupilas, quiénes son
los protagonistas del mal de ojo,
aquellos que antecedieron
a la misma puerta. Aquellos que
perdieron el semen en los tragantes.
(Cada día me fui intoxicando de tantos testimonios,
de la edad perdida
de las aves, de los adobes pulverizados por relojes
siniestros.)
Cada vez, sin más, retornamos a la
cuenta regresiva del humo
y el hollín de las antigüedades,
amargos los dientes del viento,
grabada la prebenda del éxtasis de un
altamar impenetrable.
En la disputa por la telaraña bordada
de los relámpagos,
el misal del púlpito empantanado de
ciertas liturgias y aquellos secretos
rasgando la conciencia, la sagacidad
de los párpados al azar de aldabas,
mientras los descalzos siguen
esperando la transparencia u otra travesía
entre los matochos de la historia, o
lluvias de indecible gozo.
Todo se destiñe en el puñal del goteo
de la hojarasca y queda atrapa
la inocencia en un molde de dientes
que carecen de simetría.
—Alguna vez hablamos del arco iris,
lo sé, pero no de huir del alba,
y de los brazos, ni siquiera de los
líquenes movedizos de la escarcha
que lamen los ladridos de la noche
con tenacidad de hiena.
San Francisco, CA, 2013
.
Del libro: ‘Primavera de arcilla’
©André Cruchaga
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