Imagen cogida de la red
VENTANAS DESHOJADAS
Los meses, apenas nos dejan los
recuerdos de las ventanas deshojadas
entre la última fatiga y los años
póstumos de la memoria. En el fondo, uno
no sabe qué es lo que incuba el
humo, el horizonte escondido del café
fermentado, los vacíos del pecho
después de las mareas.
El tiempo se nos acaba en las
hélices del otoño.
Antes fue la inocencia en los
travesaños del metabolismo; ahora es la fosa
o el grafiti sobre la pared, el
bello cuento de los parpadeos, el caballo de bastos
de lo audible cuando la memoria
se rebela contra la fatalidad.
(Yo siempre tengo sueños extraños, muy extraños, como la aparición
de conejos
blancos corriendo a mucha prisa, tal Alicia, la Alicia de Jorge
Carroll.
También tengo puchitos de orugas azules en mi bolsillo, por si
acaso.
Uno nunca lo sabe después de los tantos vaivenes del mercado: aun
el mercado
de las periferias o la aparente desviación de los relámpagos.)
—Ahora necesito que me dejes
olvidarte. No sólo alzando la palabra,
sino de raíz. Quiero olvidarlo
todo. El olvido quizá sea la mejor cura frente
a lo sórdido, frente a las tantas
ausencias, a las dudas, a los imposibles.
Así ya no habrá disfraz y podré
tocar cualquier puerta.
De pronto se bifurcan las
cárceles como caminos, la opresión de nuestro tiempo
es también un ghetto, no una
ficción de Kafka, ni una paradoja de Zenón.
Al trasluz de las tantas
conspiraciones, el retablo de las moscas de la tristeza.
A la noche, los mercaderes de la
bruma en medio de esa ventana del horizonte.
Déjame olvidarte aceitando mis
alas con un mar perfumado de futuro.
Barataria, 24.XI.2015
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