Imagen cogida de la red
ECOS DE LA MEDITACIÓN
En el silbido de la nostalgia
trepan los sombreros de la hojarasca, la historia
de los parques y los pájaros, el
fastidio del desván y su pasto de
cemento
y lluvia: ante cada pregunta
nacen pestañas y mediodías, nacen estaciones
para entender la ironía del
tiempo y sus secuelas.
Así surgen los ecos largos del
aserrín de la mañana, pródigo el ojo de altares.
En el caserón de la memoria, los
dominios del panal y los dientes,
los nombres que por alguna razón
se olvidan, las palabras que se enredan
en medio del tumulto: salpicadas
las costillas por el oleaje,
me quedan las astillas de la
espuma en el aliento,
los abismos de la noche, la jaula
desbordada de la tristeza, la persiana ronca
del polvo, el reloj desarmado por
el viento y su redondo campanario
de oscuros espejos. (Hay pescadores que quiebran su atarraya o
trasmallo
en el agua y no cogen peces, sino interminables vacíos, sombras,
insólitos absurdos,
lunas opacas en sus lagrimales.
Hay también fermentos que arrasan con los relámpagos. Hay viejos
mares
donde se astilla el aliento y la boca del polvo se encorva de
ebriedad.)
Siempre tropiezo, al final, con
el silencio. Repta la noche en el musgo; oigo
cuando hinca sus ijares y muerde
las criptas seculares.
No me es suficiente el ruido del
alfabeto para hacer sangrar el asombro.
Cuelgo el arado del remoto sueño,
el latido de las cloacas se torna imbatible.
Al final, la meditación, es
apenas una ínfima parcela de la vendimia: frente
a las osamentas de la flama, la
refundación de los nichos y las puertas…
Barataria, 08.XII.2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario