Fotografía de Gerardo Díaz Luna.
FOTOGRAFÍA DEL DESAMPARO
Duele sin excepción, el infierno
en los sentidos, la continua reverencia
al espectáculo, al pez
descolorido del diálogo sobre las aceras: resquebrajado
el aire, y los días en medio de
los dientes de las sombras.
Crece el árbol de la palabra,
solo, desnudo, semejante a la intemperie
y sus aguas milenarias: en el ojo
ciego se hunden las gargantas, los dientes
de la tortura y esa noche de
ramas como una brazalete en el aliento.
Duelen los sonidos del cuerpo y
el eco arrinconado de los pensamientos,
duele el desbalance visible del
abismo y la humedad curva de los nichos.
La memoria transcurre y se abre
más allá de la hechicería de la penumbra.
(Escucha las horas que viajan detrás de las cortinas y los muros;
adelgaza
el espejo pastoso de las ventanas mordiendo la lejanía,
descendiendo al frío
que provocan las distancias, a las pulsaciones de la ciudad
mientras duerme
el maniquí imprevisible de la vastedad y sus ebrios vómitos de
hastío.)
Aquí, los cuerpos calcinados y la
zozobra como una escupida en la cara.
Uno camina todos los días mordido
por las aceras, anegado de laberintos
y soledad, balbuciente de
extrañas mordidas.
A menudo uno quiere abolir el
tiempo y despertar en fechas menos confusas.
Me miro de cabeza a pies,
mientras me cubre el hollín de la historia.
Ignoro si alguna vez han existido
enredaderas en la medianoche, o cuerpos
que no oscurezcan ante el mundo.
Sangra el humo en lo inconsolable
de la pesadumbre silenciosa del fuego.
Barataria, 06.XII.2015
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