Imagen cogida de la red
APRENDIZ DE VIGILIAS
A
Ioana Haitchi,
No sólo es abstinencia sino la
necesidad de estar despierto ante el recelo
y la peste: existen hoy lugares
desnudos y salobres donde la escritura tampoco
sirve de mucho, ni siquiera para
la primera plana de los periódicos;
uno, apenas, pasa un trapo mojado
para limpiar las migajas del cuerpo,
y las cucharas de plástico, y las
cacerolas de peltre.
Resulta que este aprendizaje de
vigilias se ha tornado témpano, y nos come
el alma, los goznes, tal, el
paisaje suculento para cuervos.
¿Despertar? Siempre estamos
despiertos en esta ciénaga, en estos sueños
de henchidos piojos. (En el delirio uno piensa en el paraíso
perdido
y no en palas, ni azadones, ni ataúdes. Vivimos amordazados hasta
las ingles
por el musgo, por la amenaza. Pulsan los anzuelos del desvarío.
Tal vez un día toda la pestilencia caiga al vacío.)
Uno escribe esperando que después
de la tormenta se limpie la oscuridad.
¿Qué boca no será noche en los
días venideros? ¿Qué desnudez encontrará
cobija antes que el frío carcoma
con gritos y alaridos la otra cruz violenta
de las ojeras? —Éste no es film
del cine Cannes, de Moscú, Berlín, de Morelia,
o de El Cairo: el poder también
se mide por los deltas de la bruma.
En el río imaginario de la
garganta, todo es tan real como el aliento del ciprés,
y sus derivados cimientos. ¿Es
posible, pregunto, evitar la castración
de la conciencia? Ver el ojo de la sombra sin necesidad de
lentes binoculares.
A veces, en la órbita de las
posibilidades, la fatalidad posee nombre y apellido.
Barataria, 29.XI.2015
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