Imagen cogida de la red
DUDOSOS TRANSEÚNTES
Desaparecen desperezando
escapularios, haciéndole paradas al horizonte
para repetir la historia: pozos inhabitables de cadáveres, fiebres
negras,
brebajes de retorcido estiércol,
aquí en la avidez fatal de los caminos.
Aquí sobre la hostia de piedra de
la liturgia.
Aquí en la risa esquizofrénica de
los azadones, la mutación del paraíso.
(Las extrañas coreografías del viento; erecta la piel de los que jamás
resucitan,
en medio de la resina perversa de la brasa que nunca alcanza a la
bestia.
No hay que esperar la puesta del sol para que cambie el paraje,
ni escribir una novela policíaca, o creer que todo el mundo se
indigna por cada
barbarie que sucede: unos con cierta pedantería quieren sacralizar
esto de la violencia estudiando economía criminal. Los gustos siempre son
curiosos,
sobre todo en una sociedad de consumo como la nuestra.
La única verdad, —hoy en día— es que nadie muere por arrepentimientos,
o cargos de conciencia. Eso sería una cosa demasiado frívola.)
El horizonte nuestro se ha
tornado una estrofa de vidrios y burbujas y dudosos
caminos en los cuales nos muerde
el cactus del sonambulismo, la punta nudista
de la carpinterías, o las
parábolas de aquel perdurable escudero.
El alfabeto tiembla en los
pedazos de dientes y es menos fuerte que las moscas,
más gris que el humo de las
equidistancias, remoto como la estrella de sal
en los ojos: los días toman el
olor de la madera de los féretros.
En la otredad, los cometas cuelgan
de los párpados, simplemente cuelgan
como el descenso de la desnudez
en un rascacielos de asfalto, o tierra suelta…
Barataria, 02.XII.2015
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