miércoles, 30 de diciembre de 2015

UNIDAD DEL DOLOR

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UNIDAD DEL DOLOR




No sólo en el poro, en el aire, en la sonrisa de la materia, este confín tangible
que traspasa flama y aliento: discurre y quema el candil de la memoria.
La dolencia reconoce la ropa y los ultrajes retorcidos del filo de los cuchillos,
los clavos y la madera, adentro; —otros rostros de antaño en la ceniza.
Todos los meses abatidos en la cavidad de la garganta.
Dondequiera la caverna y sus largos huesos de espejos, la ventana del luto,
como un cuerpo: es la sombra perpetua e inaudible entre las manos.
Sólo el parpadeo, o el destino desasido de los rieles.
Memoria y cuerpo en el arbusto de los insomnios, en el goteo de una página
tras otra, en la sal hipotética de los litorales. —Éramos vos y yo.
Pero descendimos a las sombras, temblorosos de frío y miradas.
Muertos de caminar, los despojos acordes al fragor, a la altura del desatino.
El delta del dolor nos hace unidad en las esquinas, o en los callejones.
Ante la llaga que nos cae como lluvia, es preciso un candil de certezas, una luz
que limpie la atmósfera o el horizonte, y anule los espectros.
—Éramos vos y yo. (Mi ropa abruma como los rieles en mi espalda.)
Éramos una sola boca en los astros dibujados en las paredes. Ahora, extraños
en los brazos, en la flor del escombro, unidos en el fósil de los zapatos.
A lo humano que nos desoye, el viento en el dintel de los relámpagos. El viento.
A la fatiga incesante que nos holla de pretéritos, la cobija del escombro.
—Éramos vos y yo.  (Sobre los durmientes fríos mi herida.)
Barataria, 16.XII.2015

domingo, 27 de diciembre de 2015

UNIVERSO ÚLTIMO

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UNIVERSO ÚLTIMO




Quizá aunque avance ya no exista. El cuerpo en los vagones amarillos
de las campanas, la mirada rota en medio de unos brazos: el universo mío
es el silencio último que propalan las tormentas, o la brasa irreparable.
La tierra hendida en bóvedas de tizne, desnudo el poro sobre el cemento.
El filo entre las manos mordiendo el litoral de la tinta, la arruga del relámpago,
la letra absoluta de otros universos:
una piedra muerde cada uno de los horcones que sostienen el pensamiento.
Es simple cuando llegamos al límite de la huida, al borde abatido
de las mochetas, al cofre donde se guardan las ramas del absoluto.
Un espejo de colmillos duplica las noches, llueve a la orilla de la deshora.
Espumoso el delirio donde la ciudad desamarra fatiga y hedores, crines, niños
que juegan a las carcajadas y los incendios.
Ahora tocamos burdeles mortíferos, tristes caballos que doblan la sequía;
no solo descendemos al zapato que yace al ras del suelo, sino a la truculencia
del mercado y la avaricia, a los dramas que suscita el silencio y la melancolía.
Hay trenes que reclaman vagones para celebrar los funerales del tiempo:
cuando se retorna de la ruina dejan de gotear las cucharas del frío,
los peces oscuros de la soñolencia, las alas sedientas de ramas…
Junto a la estación o calle de los emplazamientos, musita el pescuezo
de lo maltrecho, la caverna y su desfile de horrores.
Algunos piensan en los cementerios y en el polvillo del duelo: nosotros, claro,
solo en esta vieja soledad de ojos, en esta larga fatiga de la tarde…
Barataria, 15.XII.2015

jueves, 24 de diciembre de 2015

TRAYECTORIA DE LA VIGILIA

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TRAYECTORIA DE LA VIGILIA




Pulverizados los ojos, sólo las palabras queman los poros: el olvido no desvía
la indigencia; llueve sobre la sombra de la gruta, en los postigos del fermento,
o en la muerte del tiempo que nos sobrecoge.
Al pie de la trayectoria de la vigilia, los apuntes rescatados de los sueños.
Odio la textura de lo sombrío cuando los bostezos magnifican esta suerte
de cuerda floja en párpados consumidos por el tizne de las sombras.
A veces llueve más fuerte que un grito en la medianoche.
Se hinchan los párpados y las especulaciones; saltan los resortes de la saliva.
Topo el zigzagueo de los calcañales es lo cotidiano. A oscuras atravesamos
la respiración, las leyes de la orfandad,
la noche lívida de sal, las tumbas y los hospitales alrededor del ansia del grafito.
Dentro de este mundo uno cohabita con ronquidos y zarpazos, con hambres
y metales y petates, con extrañas disputas de carroña.
Con el candil asediado de pájaros, uno espera el azúcar de lo inefable.
(Alguien me advierte que el alma es un problema), no así, la ceniza o la muerte.
A veces caminamos sobre la brasa de lo insólito, desamparados y depredados,
en la inmundicia del aliento: siempre es así cuando la lengua
de las especulaciones no nos da asilo; de otro tiempo, las astillas de la jungla,
o el terror en el signo de interrogación de las ventanas.
Algo es extraño en la flor de la oscuridad, las sienes tienen soles insondables,
y delirios que bien podrían ser un cuadro de Magritte en plena sombra…
Barataria, 12.XII.2015

lunes, 21 de diciembre de 2015

BAJO LA NIEBLA

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BAJO LA NIEBLA




¿Acaso es necesario un semáforo de fuego para estos imposibles bajo la niebla
de noviembre? —Lamo sobrecogido todos los cansancios, el goteo cercano
en el que transcurrimos, la leche rancia de las rupturas en los ojos, o la puerta
en la que se detienen las campanas con sus aleluyas.
Siempre la ciudad deja inmóvil las palabras; bajo el cielo, el drama de la luz
y la mochetas lentas del aliento donde el titubeo aletarga los cascos
de la estampida. Soy animal en desbandada, pese a la asfixia de la rigidez
y los miedos, pese al rotundo vejamen del cuerpo.
(Alrededor del ombligo nos devoran las panaderías. Nos perdemos en la mordedura 
del peñasco, en la húmeda lápida de la disputa.
A través de los pasos hemos gastado innumerables zapatos: todas las calles
tienen su propio drama: en esta latitud, por cierto, la esperanza es sólo drama,
o costumbre, o pocilga. Los balbuceos son espesos en la cara.)
La niebla nos inunda en demasía y desmesura.
¿Quién puede con este lenguaje que nos devuelve bocas colmadas de grises?
¿Quién reposa mientras otros buscan lo audible, la risa o la compañía?
¿Será la niebla el paisaje instalado junto a los espejos, el eco de la espuma, el ardor ascendente en la garganta, la sorda lucidez del infinito?
—A menudo los asedios tienen su propio universo. Grita la sed de la urgencia.
Grita el gris despiadado en las pupilas; abrasa su ebria noche.
Allá en lo apagado giran mis ojos como dos cuervos urgentes…
Barataria, 10.XII.2015

sábado, 19 de diciembre de 2015

ECOS DE LA MEDITACIÓN

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ECOS DE LA MEDITACIÓN




En el silbido de la nostalgia trepan los sombreros de la hojarasca, la historia
de los parques y los pájaros, el fastidio del desván  y su pasto de cemento
y lluvia: ante cada pregunta nacen pestañas y mediodías, nacen estaciones
para entender la ironía del tiempo y sus secuelas.
Así surgen los ecos largos del aserrín de la mañana, pródigo el ojo de altares.
En el caserón de la memoria, los dominios del panal y los dientes,
los nombres que por alguna razón se olvidan, las palabras que se enredan
en medio del tumulto: salpicadas las costillas por el oleaje,
me quedan las astillas de la espuma en el aliento,
los abismos de la noche, la jaula desbordada de la tristeza, la persiana ronca
del polvo, el reloj desarmado por el viento y su redondo campanario
de oscuros espejos. (Hay pescadores que quiebran su atarraya o trasmallo
en el agua y no cogen peces, sino interminables vacíos, sombras, insólitos absurdos,
 lunas opacas en sus lagrimales.
Hay también fermentos que arrasan con los relámpagos. Hay viejos mares
donde se astilla el aliento y la boca del polvo se encorva de ebriedad.)
Siempre tropiezo, al final, con el silencio. Repta la noche en el musgo; oigo
cuando hinca sus ijares y muerde las criptas seculares.
No me es suficiente el ruido del alfabeto para hacer sangrar el asombro.
Cuelgo el arado del remoto sueño, el latido de las cloacas se torna imbatible.
Al final, la meditación, es apenas una ínfima parcela de la vendimia: frente
a las osamentas de la flama, la refundación de los nichos y las puertas…
Barataria, 08.XII.2015

jueves, 17 de diciembre de 2015

FOTOGRAFÍA DEL DESAMPARO

Fotografía de Gerardo Díaz Luna.




FOTOGRAFÍA DEL DESAMPARO




Duele sin excepción, el infierno en los sentidos, la continua reverencia
al espectáculo, al pez descolorido del diálogo sobre las aceras: resquebrajado
el aire, y los días en medio de los dientes de las sombras.
Crece el árbol de la palabra, solo, desnudo, semejante a la intemperie
y sus aguas milenarias: en el ojo ciego se hunden las gargantas, los dientes
de la tortura y esa noche de ramas como una brazalete en el aliento.
Duelen los sonidos del cuerpo y el eco arrinconado de los pensamientos,
duele el desbalance visible del abismo y la humedad curva de los nichos.
La memoria transcurre y se abre más allá de la hechicería de la penumbra.
(Escucha las horas que viajan detrás de las cortinas y los muros; adelgaza
el espejo pastoso de las ventanas mordiendo la lejanía, descendiendo al frío
que provocan las distancias, a las pulsaciones de la ciudad mientras duerme
el maniquí imprevisible de la vastedad y sus ebrios vómitos de hastío.)
Aquí, los cuerpos calcinados y la zozobra como una escupida en la cara.
Uno camina todos los días mordido por las aceras, anegado de laberintos
y soledad, balbuciente de extrañas mordidas.
A menudo uno quiere abolir el tiempo y despertar en fechas menos confusas.
Me miro de cabeza a pies, mientras me cubre el hollín de la historia.
Ignoro si alguna vez han existido enredaderas en la medianoche, o cuerpos
que no oscurezcan ante el mundo.
Sangra el humo en lo inconsolable de la pesadumbre silenciosa del fuego.
Barataria, 06.XII.2015

martes, 15 de diciembre de 2015

CENTELLEO Y MAREJADAS

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CENTELLEO Y MAREJADAS




Todo el centelleo oscila en los anillos atardecidos de los pies. Avanza el disfraz
de la marejada, junto a esas distancias próximas de la miseria.
Todo es alboroto en la sal de los párpados. Oigo el rumor manifiesto
de la madera triturada, y los trozos de angustia arrastrados por la garganta.
Uno es frágil cuando ha sido saqueada la conciencia: alguna vez, —en medio
de la clandestinidad— nos hemos arropado en las antípodas.
(Hasta donde sé, ninguna defunción es un afrodisíaco; solo los arrecifes escarlata 
de la saliva sobre el ombligo de mis pesadillas.)
—Cruzo las calles y hay rótulos verdes en las esquinas, actos deliberados
de dolor y sobre todo espejos como naturalezas muertas.
En los agujeros del calendario, cuelgan los pelos interminables del mar,
La ola que se sumerge y roza la piel, los recuerdos tirados a las calles, antes
de que vuelvan cadáver la sonrisa.
Por encima de cualquier brida, están las vivencias jugando al absurdo,
están los muchos cuerpos de la noche tiritando en mis sienes.
Están los grados centígrados de los grillos, los huesos oliendo a palabras
derruidas, la mañana a la deriva del oleaje.
Uno nunca sabe para cuantos comensales alcanza la olla con frijoles. (La medida
exacta se la dejamos a la boca), o al flujo diario de telarañas.
En el tiempo pasado, la piel del alba fue nuestro refugio, y desde allí,
la historia de los peces, las leyendas, los dormitorios diversos, los periódicos.
Barataria, 04.XII.2015

domingo, 13 de diciembre de 2015

DUDOSOS TRANSEÚNTES

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DUDOSOS TRANSEÚNTES




Desaparecen desperezando escapularios, haciéndole paradas al horizonte
para repetir la historia:  pozos inhabitables de cadáveres, fiebres negras,
brebajes de retorcido estiércol, aquí en la avidez fatal de los caminos.
Aquí sobre la hostia de piedra de la liturgia.
Aquí en la risa esquizofrénica de los azadones, la mutación del paraíso.
(Las extrañas coreografías del viento; erecta la piel de los que jamás resucitan,
en medio de la resina perversa de la brasa que nunca alcanza a la bestia.
No hay que esperar la puesta del sol para que cambie el paraje,
ni escribir una novela policíaca, o creer que todo el mundo se indigna por cada
barbarie que sucede: unos con cierta pedantería quieren sacralizar esto de la violencia estudiando economía criminal. Los gustos siempre son curiosos,
sobre todo en una sociedad de consumo como la nuestra.
La única verdad, —hoy en día— es que nadie muere por arrepentimientos,
o cargos de conciencia. Eso sería una cosa demasiado frívola.)
El horizonte nuestro se ha tornado una estrofa de vidrios y burbujas y dudosos
caminos en los cuales nos muerde el cactus del sonambulismo, la punta nudista
de la carpinterías, o las parábolas de aquel perdurable escudero.
El alfabeto tiembla en los pedazos de dientes y es menos fuerte que las moscas,
más gris que el humo de las equidistancias, remoto como la estrella de sal
en los ojos: los días toman el olor de la madera de los féretros.
En la otredad, los cometas cuelgan de los párpados, simplemente cuelgan
como el descenso de la desnudez en un rascacielos de asfalto, o tierra suelta…
Barataria, 02.XII.2015

viernes, 11 de diciembre de 2015

VARIACIONES DEL FRÍO

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VARIACIONES DEL FRÍO




Es necesario, ante el ojo ciego del vendaval, lavar la ropa y tirar los anzuelos
hacia la salvación del infinito. Morder las colillas de escarcha hasta el jamás
de lo inenarrable, hasta estremecer la gota que cuelga del aliento.
Las imágenes del frío tocan, también, las paredes de la noche.
Cada quien, desde el frío de este país, amanece vasto de tiempo y peligros.
Un agua súbita llena todas las esquinas de las sombras, los silencios
y cansancios de lo vívido: hay gastados abrigos en el boquete del aliento.
Ahora mismo cae la noche con su ráfaga de túneles.
Alguien empuja nuestros párpados hacia un remolino de dudosa rotación.
De pronto se siente el peso inexacto del calendario.
(Desde lo amargo, las manos amarillas del crimen; y la ropa, después de todo,
sin ninguna duda. ¿Es momento de hacer inventario de los tantos brazos
que cobijan mis palabras?
Tirita la luz, no los surcos de la almohada, no esta crecida batalla de ausencias,
no todo lo indemne en los zapatos.)
Desde el lenguaje múltiple de la niebla, los juegos imposibles de la ternura;
—vos, espejo de la muerte de mis pájaros desposeída de todos los rescoldos.
Ahora he descubierto el estertor de ciertos absolutos.
Me sorprende la sombra primera de los ojos, la rosa de los huesos vacíos,
el frío del polen en esta sequía de alas heridas.
Uno sabe que también el frío es desolador en medio de las vísceras…
Barataria, 30.XI.2015

miércoles, 9 de diciembre de 2015

APRENDIZ DE VIGILIAS

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APRENDIZ DE VIGILIAS


A  Ioana Haitchi,


No sólo es abstinencia sino la necesidad de estar despierto ante el recelo
y la peste: existen hoy lugares desnudos y salobres donde la escritura tampoco
sirve de mucho, ni siquiera para la primera plana de los periódicos;
uno, apenas, pasa un trapo mojado para limpiar las migajas del cuerpo,
y las cucharas de plástico, y las cacerolas de peltre.
Resulta que este aprendizaje de vigilias se ha tornado témpano, y nos come
el alma, los goznes, tal, el paisaje suculento para cuervos.
¿Despertar? Siempre estamos despiertos en esta ciénaga, en estos sueños
de henchidos piojos. (En el delirio uno piensa en el paraíso perdido
y no en palas, ni azadones, ni ataúdes. Vivimos amordazados hasta las ingles
por el musgo, por la amenaza. Pulsan los anzuelos del desvarío.
Tal vez un día toda la pestilencia caiga al vacío.)
Uno escribe esperando que después de la tormenta se limpie la oscuridad.
¿Qué boca no será noche en los días venideros? ¿Qué desnudez encontrará
cobija antes que el frío carcoma con gritos y alaridos la otra cruz violenta
de las ojeras? —Éste no es film del cine Cannes, de Moscú, Berlín, de Morelia,
o de El Cairo: el poder también se mide por los deltas de la bruma.
En el río imaginario de la garganta, todo es tan real como el aliento del ciprés,
y sus derivados cimientos. ¿Es posible, pregunto, evitar la castración
de la conciencia?  Ver el ojo de la sombra sin necesidad de lentes binoculares.
A veces, en la órbita de las posibilidades, la fatalidad posee nombre y apellido.
Barataria, 29.XI.2015

lunes, 7 de diciembre de 2015

ÁMBITO DEL NÁUFRAGO

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ÁMBITO DEL NÁUFRAGO



Después de todo hemos naufragado, sin antes haber llegado a nuestro destino.
Se apolillan todos los eucaliptus y madrecacaos, la piel con sus recuerdos
inútiles, —vos golpeando la tasa de café con el filo del cuchillo, o mordiendo
la orilla de las cucharas como un rumor sobre las piedras donde se erigen
los pulgares de algunas semanas.
En los jardines de la utopía, los canillitas al vapor del tráfico, metiendo
las uñas en el asfalto, hasta el grito sutil de los titulares de primera plana.
Vivimos aquí socavados y entre clavos oxidados. (Todo, sin afeites, parece petrificado; 
los pájaros se pudren en la despensa de las sienes.  A diario, solamente los colmillos 
y las rodillas, el catálogo un poco oscuro de los sueños.
Todo se nos viene en lentas marejadas: el tiempo y su feroz adulterio,
el oscuro canto de un país insaciable. La abnegación por el crimen y su movilidad
hacia puertas y ventanas. Hay focos muertos y panes sofocantes.
Toda nuestra memoria filial ha sido desintegrada; nos bañamos en un guacal
de nitroglicerina sin que podamos enterrar de una vez las disputas.)
Aunque nos aislemos con nuestro propio dolor, nos llega el rumor del polvo
y las colillas, el candil huraño, lejanísimo en la niebla.
—Aunque algunos espulguen las confituras del anfiteatro, y deduzcan
que es mero patetismo, los invito a conocer el menú de esta gran noche,
y a zambullirse en las aspas despiadadas del basalto de estas realidades.
Amén, diría, después de acomodar la boca de inclemencias de mi País.
Barataria, 26.XI.2015

sábado, 5 de diciembre de 2015

VENTANAS DESHOJADAS

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VENTANAS DESHOJADAS




Los meses, apenas nos dejan los recuerdos de las ventanas deshojadas
entre la última fatiga y los años póstumos de la memoria.  En el fondo, uno
no sabe qué es lo que incuba el humo, el horizonte escondido del café
fermentado, los vacíos del pecho después de las mareas.
El tiempo se nos acaba en las hélices del otoño.
Antes fue la inocencia en los travesaños del metabolismo; ahora es la fosa
o el grafiti sobre la pared, el bello cuento de los parpadeos, el caballo de bastos
de lo audible cuando la memoria se rebela contra la fatalidad.
(Yo siempre tengo sueños extraños, muy extraños, como la aparición de conejos
blancos corriendo a mucha prisa, tal Alicia, la Alicia de Jorge Carroll.
También tengo puchitos de orugas azules en mi bolsillo, por si acaso.
Uno nunca lo sabe después de los tantos vaivenes del mercado: aun el mercado
de las periferias o la aparente desviación de los relámpagos.)
—Ahora necesito que me dejes olvidarte. No sólo alzando la palabra,
sino de raíz. Quiero olvidarlo todo. El olvido quizá sea la mejor cura frente
a lo sórdido, frente a las tantas ausencias, a las dudas, a los imposibles.
Así ya no habrá disfraz y podré tocar cualquier puerta.
De pronto se bifurcan las cárceles como caminos, la opresión de nuestro tiempo
es también un ghetto, no una ficción de Kafka, ni una paradoja de Zenón.
Al trasluz de las tantas conspiraciones, el retablo de las moscas de la tristeza.
A la noche, los mercaderes de la bruma en medio de esa ventana del horizonte.
Déjame olvidarte aceitando mis alas con un mar perfumado de futuro.
Barataria, 24.XI.2015