Líneas de la vigilia en el candil del trino, latidos que cambian
En el sueño. La sed de los zapatos a las sienes,
Las aguas junto a la pasión de los barcos.
En el sueño. La sed de los zapatos a las sienes,
Las aguas junto a la pasión de los barcos.
Autor dela fotografía: Ramón Sánchez Días
PREMOCIÓN DEL TRÁNSITO
Albergo, es verdad,
dioses sin nombre.
Sombras informes que vienen y van
y edifican nuevos templos diariamente.
JAIME AUGUSTO SHÉLLEY
Líneas de la vigilia en el candil del trino, latidos que cambian
En el sueño. La sed de los zapatos a las sienes,
Las aguas junto a la pasión de los barcos.
En la vela de las llaves no caben los fetichismos, ese señuelo de pañuelos
Que avienta la sal a deshora del calendario.
Cada quien intuye los símbolos sobre el cierzo de las ventanas.
Madura así, cada peldaño en la brecha. No valen ansiedades ni paredes.
No vale el ojo tuerto de los remordimientos.
Aunque parezca extraño, la luz se lleva en las sienes.
Sin trenzas de ajos y cebollas que valgan, las parábolas trasiegan
La saliva, ráfaga de ocote íntima en el tránsito. Ráfaga, sí, de las estrellas.
Caminar requiere de cierta fluidez de la sangre, no de aspirinas
Para flotar en los idearios.
Uno siente que las pupilas se adueñan de nuevos calendarios.
La vida es ese viento que nos va hablando de las realidades, de ese otro
Día apenas perceptible, gris que cede al arco iris, jornada de pronto
Bifurcada por los múltiples senderos, las ramas del alba, profundas
De la clarividencia. —El cuerpo toma su forma: pájaro en la colina
Iluminada, el respiro espeso de los roperos.
Quien acecha sabe los jardines que hay al otro lado de la sed.
Quien cuenta sabe los dígitos del fuego y los sombreros.
Quien no duerme ve en la vigilia pasos y sábanas y matices.
Quien camina sobre la ceniza, conoce el fermento de las gaviotas,
Los dedos de las horas innumerables,
El paso del agua sobre la acera de la voz, el estertor de la penumbra,
Los caballos crispados de las herraduras, los gallos tragándose
El cierzo, el agua aspirada de los sedientos…
El murmullo de los clavos no puede quitar las sienes del desván.
La intermitencia de las almádanas no puede no puede con su percusión,
Contra la tempestad del bosque creciendo en horizonte.
De pronto el yagual del asombro se vuelve invisible: —la conciencia
Es una brasa frente al granizo, íntimo hogar del ave.
De hecho sólo lo sabe el pan de las campanas.
De hecho el alma sube en paraguas. Osada semilla del hálito.
De hecho no se necesitan crucifijos para entrar hasta el fondo al río
De la substancia, ni de equilibrismos para sostenerse en la trenza
De la lucidez, ni espátulas para remover la espuma,
Ni cerillos para enjutar los féretros.
Es suficiente, saltar las bóvedas del espectáculo y quitarle
El hedor a las onomatopeyas…
Barataria, 01.IV.2010
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