viernes, 26 de febrero de 2010

RECUENTO PARA UNA ELEGÍA

En este momento quisiera elevar el alba a perpetuidad.
Borrar de una vez las esquinas indeseables de los faroles,
La velocidad de las carretas en el tedio de mis sienes.
Ilustración: Gustave Courbet









RECUENTO PARA UNA ELEGÍA







Hubo signos, señales,
pero qué hacer si no eran comprensibles.
¿No habrá revoloteado
una hoja de un hombro a otro
hace tres años
o incluso el último martes?
WISLAWA SZYMBORSKA







Después de atravesar por calles fatigadas. Después de morder
Trajes vacíos, queda la sensación del polvo en las pupilas.
Haber vivido mordiendo la salmuera del calendario,
Sin más previstos que el réquiem de las campanas los domingos,
No deja otro umbral que la noche vacía.
El tiempo se agota en la taza de café que humea en la ventana.
Los perros mordiendo las sombras sucesivas de los muertos.
Hay cementerios como merienda en la boca.
Todavía Ulyses sin arrancarse la nostalgia. La risa en el escombro
De la espuma, erguida sal en la memoria.
En este momento quisiera elevar el alba a perpetuidad.
Borrar de una vez las esquinas indeseables de los faroles,
La velocidad de las carretas en el tedio de mis sienes.
El chorro de saliva de los centímetros no alcanza para medir
La distancia, el desplazamiento de la prisa, la huída o el odio.
El ojo abre las millas de las circunstancias, los kilogramos
De pesadez, las semanas sin verjas ni jardines, sin pájaros sin fuentes.
Uno se queda al final, en el presidio de la Patria:
—Descendemos al subsuelo para comer estiércol, amamos la propia
Herida en el costado, el dolor nos susurra como una melódica
En los durmientes del olvido.
Ayer apenas resucitamos de la duda. Ayer apenas caímos en el tiesto
De la alfarería, en los guacales torcidos de las sombras,
En el plato quebrado del agua, en los ciempiés del incendio
Incontrolable, en la iglesia proscrita de mis devociones litúrgicas.
—La vida es un leerse uno mismo e ir torturando las pupilas
Hasta que la ternura rompe sus zapatos. Hasta que nos vaciamos
El hastío o esta temperatura de los juegos pasionales.
A menudo en los ojos se enredan miedos profundos. Hace falta
Desamarrar el cielo para saber lo que somos aquí,
En este bosque de ignominias.
El olfato es bestial cuando uno abre las ventanas. Cuando la flauta
De la saliva se enreda en la lengua. Resulta impensable sobrevivir
Entre tanto naufragio, entre tempestades siniestras,
En medio del zumbido de los páramos.
Un día ya no seremos y esta es la mayor negación pasional.
Llevamos líneas descoloridas como lanzas en las manos.
El sollozo se ha vuelto la música hueca de la lluvia. Sus fantasmas,
La nicotina que se nos volvió ráfaga en la respiración,
El triciclo de los escondrijos cayendo al abismo.
Tu cara y la mía en fatídicas piernas. La tormenta espiritualizada.
Los cuchillos de las palabras, peores a los cuchillos reales.
Este siempre jugar a los límites para espiar el horizonte.
Ciego cometa la babel de las luciérnagas. —ciego “del gran vuelo
Terrible, agujero después de haber ganado nuestro pan”.
Barataria, 19.II.2010

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