domingo, 21 de febrero de 2010

PATRIA DE MI PECHO

Quizá debamos saber o preguntarnos si los espejos son navegables,
Si todos los nombres caben en la misma herida,
Si la lengua es capaz de descubrir el hábito de los veranos.

Ilustración: Salvador Dalí









PATRIA DE MI PECHO







Las llamas que hago recortar de tiempo en tiempo por el peluquero
son las únicas en delatar el negro infierno interior que me habita…
LOUIS ARAGON

Huyen el lento día y la noche serena
Mas nunca vuelven
Los tiempos que pasaron ni el amor ni la pena
GUILLAUME APOLLINAIRE







Hay lugares extensos como el horizonte. Ventanas de recuerdos
Donde se hacen imposibles los olvidos. Me sucede siempre
Y duele la huella de náufrago en los dedos.
Duele el tiempo de rodillas, sin disolverse debajo de los poros.
La noche la encierra la hojarasca del invierno: —Este invierno
Súbito de los relojes, el agua partida por las sábanas de la brisa.
Quizá un día el silencio ya no resista estos cirios en las manos.
Quizá un solo pecho dibuje mi Patria: —Vos, como una ciudad
Sin dolor, con fondo de trenes sin cansancio.
Quizá debamos saber o preguntarnos si los espejos son navegables,
Si todos los nombres caben en la misma herida,
Si la lengua es capaz de descubrir el hábito de los veranos.
Se hace tarde para ser feliz en medio del desierto. Justo los horarios
No tienen ropa para arropar el interior de la tristeza.
Los párpados se acaban en los muelles. [Vos lo sabes ahora que
Se te van los ojos; y los amarillos huelen a conciencia ensombrecida.
Vos que sos esa gota terrestre de los surcos y el arado].

De tanto caminar están rotos los calcetines del empeño.
El musgo en el lecho ciega los ojos. Los crepones de suspiros
Oscurecen las ideas. El alma sangra en las vísceras del alfabeto.
Cuesta sostener toda la ceniza en el cuello. Los cadáveres saltando
Sobre los pómulos, el riesgo atroz de no saber los propios límites.
En la camisa del vértigo, hay hostias desahuciadas por la lengua.
—Hay noches de feroz hollín. Y ese balcón donde se cuelgan
Los párpados para hacer cierta la verticalidad del día.
De pronto me doy cuenta que somos incapaces de hallar la luz.
De juntar la claridad sin que deje de transcurrir el conocimiento
De las cosas. Le damos puntapiés a la alegría.
Mientras mordemos el quejido que traspasa nuestro destino.
Siempre se hace verdad la noche sobre la Esperanza.
Siempre la borrasca derriba las puertas. El reino dulce del aliento.
Suena la noche como un caballo de resortes.
Suenan los signos de la caverna en el dictamen de las sombras.
Un día sólo seremos la memoria del viento en asustados balcones.
El día entero pega alaridos.
Hemos llegado a la sal de nuestros huesos. Y lamemos su escoria.
Algo dice que las puertas cuelgan de las aguas del cansancio,
Y que las campanas naufragan en la fronda de los pájaros.
[“El gran drama en que mi existencia
es el zarzal ardiendo, el objeto de tu venganza cósmica, de tu rencor de acero.
Me llevas en tu sangre y en tu aliento, nada podrá borrarme.”]
Te has vuelto témpano para mi virilidad. Lecho sin divisas como el País
Que tenemos, como el sumo gris de las rampas a desnivel.
—¿En qué idioma silban los enjambres, el exorcismo de las doctrinas,
La fábula de los cangrejos, el alcanfor de las declaraciones?
Siempre las mismas cucharas oscuras de la breña. La colmena
Del ciprés como un fetiche, el cascarón quebradizo de las promesas.
Vos y yo no cabemos en esta Patria: Lo digo sin lamer el estanque
De las luciérnagas. Lo digo a pesar de los analgésicos: Vos mi Patria,
Herrería subterránea en mi pecho…
Barataria, 18.II.2010

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