jueves, 18 de febrero de 2010

VELÁMENES

¿Pensamos, acaso en los velámenes de la tarde. En la sal amarilla
De la claridad, en las lentas embarcaciones del vaivén?
En el tafetán esférico de las olas en plena espuma.
El bosque sin huellas nos pierde en su contorno líquido.
Ilustración: Edgar Degas








VELÁMENES







Mientras tanto
lloramos el dolor de cada uno...
y el vino en que lloraste era común.
Tuvimos que beber del mismo llanto.
CAMILO PESSANHA

…me llevaban a rincones secretos
para hablarme de jardines abiertos de par en par
y del sentido de la vida;…
SALVATORE QUASIMODO






¿Pensamos, acaso en los velámenes de la tarde. En la sal amarilla
De la claridad, en las lentas embarcaciones del vaivén?
En el tafetán esférico de las olas en plena espuma.
El bosque sin huellas nos pierde en su contorno líquido.
Nos pierde el cordel del horizonte. El oído insomne del sonido,
El tapiz de la muerte por donde caminamos, el cuchillo del reloj
Abandonado en los litorales. A veces, la queja de la lengua.
La insolación perpetua de nuestros cuerpos, el fuego inútil
De los pinos, el búho quemado de tus senos.
A veces, la agonía del crepitar. Los goterones de la intemperie,
Sobre los caracoles de los poros.
La boca vacía las lunas desprendidas del horizonte.
Cada vez nos envuelve la toalla fatua de las enredaderas.
En cada braceo lanzamos como ballenas nuestras piernas.
Es probable que nunca alcancemos a caminar sobre las aguas,
Pero habremos derretido la noche en nuestras raíces.
Es probable que siempre busquemos nuestros rostros en los aleros
De la sal o el azúcar o el jengibre, o en el agua azucarada.
Siempre estamos buscando las ramas de los duendes para subir
A la clemencia mágica de los pájaros.
A quienes no les importa la vida, no pueden entendernos:
—No pueden entender la noche o el día de los amantes. El cuerpo
Vívido de las orquídeas, la polución del fuego natural de los espejos.
Cada uno lleva fosforescencias en la esquina de los bolsillos.
En la niñez de pronto salida de la calle de los capiruchos.
En el tobogán silencioso de la penumbra.
En la punta borrosa de los zapatos del viento.
Ninguna llave puede por si sola abrir las ventanas y tu pecho.
Los azacuanes de tus pezones en mis manos. El libro abierto
De los armarios, la playa rosada de los recuerdos en tu ombligo.
En la rueda de los ojos no cesan las fotografías.
Siempre es así la pantalla blanca del cloroformo en botellas.
La cápsula del atardecer en la dulzaina de las cejas.
El pasillo de los colores en plena oscuridad.
Desfallecemos frente a la erización del humo. Frente a la carretera
Del pecho sin avenidas, —al suspiro de barrio de los jardines.
—¿Cuánto tiempo gastamos en el paraíso de una sonrisa?
Cuántos traspiés para subir los acantilados, sin clínicas.
¿Necesitamos hacerle un strip-tease al cielo para entrar, lavados
Nuestros pecados capitales, nuestro azogue sin abanicos?
Los días son más ciertos cuando te desnudas frente al tocador,
Cuando quitamos los cartones que nos sirven de alfombra o cama,
Cuando el colibrí dibuja caminos alegóricos.
Para cruzar los espacios cerrados de los túneles, necesitamos,
Los impermeables dedos del ocote,
El cielo luminoso de los girasoles, los puentes colgantes del anhelo,
Y esa cal viva de los muertos para preservar nuestros huesos.
Barataria, 12.II.2010

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