Collage André Cruchaga
La poesía se convirtió en mi pasión de todos los días. Por eso respiro feliz.
Desde el fondo o lo alto, está aquí conmigo el fuego en mis sienes;
En el instante de abrir las ventanas —rito irrepetible cada vez que lo hago,
Se incorporan a mi hálito múltiples pálpitos; las llaves de la fantasía
Suenan con una luz de estaciones, con ese mismo eco alrededor
De los ríos, a la gente que pasa dejándome su sombra de tejado, asombro
Y hasta la solemnidad de los árboles húmedos del tiempo…
No sé si es oficio deslumbrarse ante las palabras y mirar la sangre
A través del alfabeto —palidecer o sonrojarse ante la noche; caminar sobre
La basura de la ciudad, escuchar la habitual jerigonza del vecindario,
Repetir la sonrisa cada vez que la gente la dibuja con las letras del trajín.
Desde la oscuridad le rindo tributo a las palabras. El día las llena
De multitud; los niños juegan con ellas a menudo sin ninguna urbanidad.
Las palabras son la raíz de mi trabajo,
La poesía y yo nos sentamos en las aceras,
Las palabras huelen después de abrirse al mediodía,
La poesía tiene tantas lámparas como la risa,
Las palabras en mis manos se vuelven barcos,
La poesía el mar donde sopla el viento,
Las palabras desvelan los contrastes de la lluvia,
La poesía destella los colores del horizonte,
Las palabras prolongan la luz,
La poesía crece desnuda por las calles:
Palabras y poesía constituyen esa fosforescencia de mi oficio. —llaves
De una herencia que ha acumulado miles de años. Llaves así como está
Escrito en las paredes de la memoria, en la sal del rayo, en los silenciosos
Párpados de las catacumbas, en las aguas donde levita la iluminación.
Mi trabajo son las palabras: —y ahí conmigo construyen otro espejo.
Mi conciencia se fundó entre herencia y sudor, no sólo fantasía.
Un día se hicieron presentes, palpables, deidades, dientes, almohadas,
Oscura época, pájaros cercanos a la madera de mis huesos, historia
Fraticida, asfalto y miseria en las calles del invierno… en mi sudor pusieron
La tinta de su sangre. Ellas rompen la oscuridad como un grifo de liturgia.
Mi trabajo como todos los trabajos es continuarles la vida, regarlas
Con el pulso de la caligrafía, alimentarlas con la ráfaga del azúcar,
Pulsarlas con la claridad de las luciérnagas y abrir armarios con cada gota
De su respiración. —En fin, hacerlas discernir en lo humano que son.
Mi trabajo es la poesía: lo sabe la luz de la aurora. Lo sabe también la vida.
Mi trabajo es el ferrocarril de la alianza, las tormentas del día,
O la lluvia que lame las piedras frente a mis ojos. —Lo sabe desde luego
La poesía y ese dedo del hambre que me señala como una tasa de sal.
Es imposible claudicar al pie de sus vitrales y en ese trance de sortija
En rascacielos, me quedo en el imposible
De renunciar a mi trabajo, porque sería como tirar mi sangre al mar.
De rodillas las alabo, contrito, como en una iglesia de pétalos
transfigurados…
Barataria, 19.XI.2008.
_________________Conciencia del trabajo
La poesía se convirtió en mi pasión de todos los días. Por eso respiro feliz.
Desde el fondo o lo alto, está aquí conmigo el fuego en mis sienes;
En el instante de abrir las ventanas —rito irrepetible cada vez que lo hago,
Se incorporan a mi hálito múltiples pálpitos; las llaves de la fantasía
Suenan con una luz de estaciones, con ese mismo eco alrededor
De los ríos, a la gente que pasa dejándome su sombra de tejado, asombro
Y hasta la solemnidad de los árboles húmedos del tiempo…
No sé si es oficio deslumbrarse ante las palabras y mirar la sangre
A través del alfabeto —palidecer o sonrojarse ante la noche; caminar sobre
La basura de la ciudad, escuchar la habitual jerigonza del vecindario,
Repetir la sonrisa cada vez que la gente la dibuja con las letras del trajín.
Desde la oscuridad le rindo tributo a las palabras. El día las llena
De multitud; los niños juegan con ellas a menudo sin ninguna urbanidad.
Las palabras son la raíz de mi trabajo,
La poesía y yo nos sentamos en las aceras,
Las palabras huelen después de abrirse al mediodía,
La poesía tiene tantas lámparas como la risa,
Las palabras en mis manos se vuelven barcos,
La poesía el mar donde sopla el viento,
Las palabras desvelan los contrastes de la lluvia,
La poesía destella los colores del horizonte,
Las palabras prolongan la luz,
La poesía crece desnuda por las calles:
Palabras y poesía constituyen esa fosforescencia de mi oficio. —llaves
De una herencia que ha acumulado miles de años. Llaves así como está
Escrito en las paredes de la memoria, en la sal del rayo, en los silenciosos
Párpados de las catacumbas, en las aguas donde levita la iluminación.
Mi trabajo son las palabras: —y ahí conmigo construyen otro espejo.
Mi conciencia se fundó entre herencia y sudor, no sólo fantasía.
Un día se hicieron presentes, palpables, deidades, dientes, almohadas,
Oscura época, pájaros cercanos a la madera de mis huesos, historia
Fraticida, asfalto y miseria en las calles del invierno… en mi sudor pusieron
La tinta de su sangre. Ellas rompen la oscuridad como un grifo de liturgia.
Mi trabajo como todos los trabajos es continuarles la vida, regarlas
Con el pulso de la caligrafía, alimentarlas con la ráfaga del azúcar,
Pulsarlas con la claridad de las luciérnagas y abrir armarios con cada gota
De su respiración. —En fin, hacerlas discernir en lo humano que son.
Mi trabajo es la poesía: lo sabe la luz de la aurora. Lo sabe también la vida.
Mi trabajo es el ferrocarril de la alianza, las tormentas del día,
O la lluvia que lame las piedras frente a mis ojos. —Lo sabe desde luego
La poesía y ese dedo del hambre que me señala como una tasa de sal.
Es imposible claudicar al pie de sus vitrales y en ese trance de sortija
En rascacielos, me quedo en el imposible
De renunciar a mi trabajo, porque sería como tirar mi sangre al mar.
De rodillas las alabo, contrito, como en una iglesia de pétalos
transfigurados…
Barataria, 19.XI.2008.
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