© Obra pictórica de Joan Miró
ÚLTIMA
CALLE
La
resignación es para los que no corren.
Cualquier
hora del día es buena para tatuar un ramo de rosas.
Samuel
Bossini
En la última calle, un hueco de campana en la pared de adobe
de los
viejos comensales del viento. Al extremo del aliento,
casi
marchito el asombro en la lengua de vinagre de la tierra.
Chamuscadas
las cruces de barro bajo el claustro de los sueños
de la
tortura, esta ciega hora que nos saquea el alma.
Oigo el
aroma de tus tacones desafiantes subir en la marea,
con toda
la urgencia que supone el fuego.
Desde el
umbral del lecho, el imán que gira en su exceso:
tu cuerpo
inmenso como el estertor de Hard Times
en la voz
de John
Lee Hooker: dentro una taberna envuelta en su preñez.
En la
atadura el salmo del pájaro y las cenizas que masturban
el
sumidero estrujado de las palpitaciones,
esta vaga
forma parecida a la alegría.
Sé que
«es inútil repetir lo que termina en nada.» y sin nombre.
Los días
no nos salvan porque todo es espejo delirante
de
máscaras: nada somos ante la realidad que se impone.
Si
vuelves algún día «que no sea una nueva noche.»
Porque en
este país, ya hemos tenido muchas de sordidez
y fango
como el mosquerío sobre un nombre sin decoro.
Del libro: “Ahora es de noche y tú no tienes nombre”, 2022.
©André
Cruchaga