LA ESPINA Y
SU INFINITUD
aún queda mucho tiempo por
delante:
entre dos luces pueden verse aún
jirones de las sombras que
llevamos.
Carlos Pujol
Nada es nuevo en esta polución de huesos sobre la hoja que desciende
del recuerdo, ni viejo el árbol desnudo del invierno
en su espeso sendero de tierra, estanque donde leemos espejismos.
En medio del agua de río, procuramos limpiar el muro de piedra
que respiramos en un firmamento de noche-día, paraíso y muerte.
En la tumba de nubes de la tormenta, saqueamos el nicho de la sombra
de la morfología tantas veces presente de la duda.
Nunca dije que fuera fácil cruzar el bosque de fuego y a su vez callar
la tormenta posterior a las asimetrías de la expiración.
En todo hay un juego perverso en un desierto de criptas circulares,
una cueva que nos pierde, un infierno obsesivo de asedios.
En la luz de la undécima hora necesitamos reinventar los precipicios,
o, al menos, obligarnos a dar testimonio del destiempo que sabe
a atrocidad, arrecia la bruma y nos acribilla, mordisquea el forcejeo.
Ya desde la entraña, la espina empieza con su infinitud.
Ya desde la cadena, uno solo percibe los excesos del delirio.
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Del libro: ‘Fuego de llaves invisibles’, 2021
©André Cruchaga
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