martes, 26 de junio de 2012

CANDELERO


¿Hacia dónde voy con este reguero de tinta parpadeante, dispuesta a espiar
 las ventanas de mi conciencia, los terribles días de acecho, tropezando
 en el humo, sin más rostro que la querencia encarnada en mi rostro?
Imagen tomada de/es.wikipedia.org/wiki/Candelero




CANDELERO




Siempre el candelero nos sorprende con su luz a media asta, noción del fuego en el metal que grazna con su humillo fundado en la respiración. Siempre penitente en su proverbial equilibrio, siempre enredado en la rama del hollín nocturno, aquí y ahora descansan en paz los poemas, el barco en mi mesa de trabajo vuelto a casa, después de viajar por silenciosas estrellas. ¿Hacia dónde voy con este reguero de tinta parpadeante, dispuesta a espiar las ventanas de mi conciencia, los terribles días de acecho, tropezando en el humo, sin más rostro que la querencia encarnada en mi rostro? —¿Es cruz el imán de mi vigilia? ¿Es mercado el desorden del filo? ¿Están vivas las estaciones de la próxima estación del vigía? Quizá deba inclinar mi rostro a todas las posibilidades, al relámpago que de pronto nos muestra su malabarismo, al futuro lánguido y amortajado de las estadísticas, a la bestia nocturna que nos lanza panfletos e intoxica la puerta del hogar. El candelero me introduce en las oraciones seculares, en el sueño, el calendario roto de las teorías; ninguna estrategia sirve entre paréntesis, cuando la sedición del humo se toma la tribuna del espectáculo, las astillas entramadas de la noche. (En algún lugar del planeta, los árboles envejecen tan pronto como las navajas apestadas de heridas, como el cerrojo en los médanos.)

Barataria, 26.VI.2012

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