Todo lo sentimos en pedacitos de rugosidad, sí, en pedacitos y cucharadas
de jarabe para quitarnos la flema, o el atosigamiento que nos producen
las telenovelas a la hora del desayuno,...
Imagen tomada de/ecolyma.cl
ARRAYANES A LA HORA DE LA SIESTA
Sobre la hamaca de los arrayanes, la batalla sin disculpas de la incandescencia: me adentro auspiciado por el viento, en sosegar el eco del escombro frente a la ventana y, claro, siempre el rostro termina desnudo ante la sombra inconcebible de las fisuras. Galopan los relojes con su aliento efímero, el fuego de cada día de la albahaca anudado a la cocción de las llaves, al trapecio de los altibajos de los horcones, la viga del espasmo carente de ética, —ah, este torbellino ciego de mis dedos en los anillos gastados de las aguas que cruzan el paladar del pecado. (Usted sabe que evocamos un sinnúmero de símbolos, desde los usados por la política hasta los de la demografía, pasando por la levitación del esoterismo, y la también corrupción de los inc0nfesos. Usted y yo sabemos que la miseria anda sobre el asfalto, maldiciendo algunas veces, la suerte que tenemos frente al balance.) Todo lo sentimos en pedacitos de rugosidad, sí, en pedacitos y cucharadas de jarabe para quitarnos la flema, o el atosigamiento que nos producen las telenovelas a la hora del desayuno, el almuerzo, la cena. En la premonición del refresco, los dientes se destiemplan. Nariz y ojos como taxidermistas del efluvio, de los santos líquidos de la azucarada: todo lo redescubrimos a la hora de la siesta, nos acercamos a lo agridulce de la tierra, rompemos la garganta y cabalgamos, livianos en el silencio. Debajo del paladar esperamos un golpe de suerte.
Barataria, 14.VI.2012
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