martes, 21 de diciembre de 2010

VUELO SOBRE EL MUELLE

Encarcelado en mis palpitaciones, hago recuento de todos los pájaros
que vi en mi infancia, —los reales y los imaginarios, la roca oscura
de los escarabajos, los secretos que siempre estrangularon
mi cuaderno y volvieron un desastre la tinta de mi saliva.
Fotografía: El Salvador Travel





VUELO SOBRE EL MUELLE




Me senté en el resquebrajado embarcadero
y me puse a contar los años de mi vida.
Los arrojé a las golondrinas de mar
que se alejaron volando con ellos sobre los juncos…
WERNER ASPENSTROM




Encarcelado en mis palpitaciones, hago recuento de todos los pájaros
que vi en mi infancia, —los reales y los imaginarios, la roca oscura
de los escarabajos, los secretos que siempre estrangularon
mi cuaderno y volvieron un desastre la tinta de mi saliva.
Sobre el muelle desolado del calendario, los peces en su edad dura,
la madera moribunda sobre el agua
y el paraguas del viento como una bandera ilegible.
Hay días donde las espigas se ahogan en la garganta de los vados;
oscuras vestimentas terminan corroyendo la boca:
así sobrevive el polvo en mis huesos, y los cántaros de la espuma
en las sílabas. En la salmuera de las vértebras,
el tiempo como una pulsera de aguas contaminadas, —la piedra remota,
los labios agrietados de tanta espera: los ojos se pierden
en su propia lluvia, ojos separados, dispersos en las palabras.
Aquí pasé largo tiempo reunido con las sombras, lejos del pan
y cerca de la herrumbre, —cerca de la duda, masticando el agua
lenta de la memoria.
¿Hasta dónde llegan las redes de la noche, los peces devorados
por la arena, los trenes que perdí o me dejaron errante en las ventanas?
—Grises bajan de los ojos los hilos de la sal
para luego convertirse en piedra, o en palabras cuya esencia
carece de claridad plena.
(Ahora cuento los años hasta dejar la boca vacía: las palabras
van enumerando los recuerdos, el escalofrío sube hasta las habitaciones
de la sangre, extraño la vida entre aquellas sábanas de lluvia.
Extraño los dientes de las escaleras,
la noche colgada de las pupilas, el almacén de las sonrisas,
la alacena con el enigma de los relojes, los minutos entrelazados
de las manos, los sonidos desmedidos de las paredes,
el caballo de madera, ahora. Vuelto ceniza.)
hay días que el vuelo se detiene en los muros cotidianos:
regreso a la camisa de los cementerios, al sudario de las hormigas,
a las mismas manos del subsuelo, a la semilla debajo de las piedras,
al río de las cosas comunes,
a todas las flamas apagadas por el polvo.
Vuelvo a las calles rotas de la oscuridad: cara y ojos se pierden
En la madera molida: el aserrín que desemboca en mis pestañas
Como un río de quemadas heridas…

Barataria, 20.XII.2010

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