viernes, 24 de diciembre de 2010

MI TRABAJO CASI SIEMPRE ES DE NOCHE O DE MADRUGADA

Mi trabajo casi siempre es de noche o de madrugada, raras veces
me acerco al papel en el día: ladran los perros, cantan los gallos,
la respiración rompe cualquier aroma del cascajo.
Arden los libros apiñados: esos que he ido acumulando a lo largo
de mi vida, libros nuevos, usados (muchos adquiridos al crédito
o comprados en la Plaza San José);
André Cruchaga, El Salvador





MI TRABAJO CASI SIEMPRE ES DE NOCHE O DE MADRUGADA




Mi trabajo casi siempre es de noche o de madrugada, raras veces
me acerco al papel en el día: ladran los perros, cantan los gallos,
la respiración rompe cualquier aroma del cascajo.
Arden los libros apiñados: esos que he ido acumulando a lo largo
de mi vida, libros nuevos, usados (muchos adquiridos al crédito
o comprados en la Plaza San José);
otros me los ha traído
el cartero de lugares distantes como las estrellas: son de poetas
que aprendieron a incendiar los capulines,
—Miguel, Luis Alberto, Jaime, Milagros, Pepe, Paco Basallote,
Juan José, Ramón Ordaz, María Luisa Lázzaro, entre otros.
Cada uno deshollina mi memoria y abre el aire del pan;
(vuelvo a mi escritura todos los días con la devoción al límite
de las cortinas: muerdo los escarabajos de las palabras cuando
trepan a mi garganta, cuando el aliento se convierte en sudor
afilado: a menudo el diccionario me sirve de bastón y la luz del candil,
ocote o yesca, de paraguas.)
Cada realidad tiene sus propias brazadas de romería: yo tengo
la mía junto a la pasión del café oscuro de la medianoche,
de la colilla repetida en el cenicero,
de las horas de la semana mordida de las ventanas.
Siempre estoy regresando a un tiempo de sombras, —lluvia de almohadas
en la sal, tejados sonámbulos en el ojo del silencio; aguas detenidas
en los anaqueles o las alacenas, en las repisas, en la boca de la página
que descuelgan mis dedos.
(En la noche, lentas, gotean las sombras sus bufandas: los terrones
de oscuridad me embriagan; el tiempo me sangra en los espejos.
Las luciérnagas vuelven con su costumbre a mis ojos; el destello
Es más dulce que una limonada al amanecer.
Ladra la piedra de la noche con su voz de perro; manchan el oído
Las campanas de los callos; pasan las aguas ciegas del suelo
Buscando un cauce, quizá la carne patética de los sombreros.)

Mi trabajo en un viejísimo zapato con polilla, recostado en el mimbre
de mis manos. A veces resulta patética la herida del subconsciente;
pero igual, nadie puede quitarme el paisaje ciego de las venas,
ni la armadura en desuso de los chupamieles,
ni la coliflor desparramada en triciclos, ni la costumbre de volver
mi boca a los aguacates, ni este oficio de fuego cuando los jardines
pierden su arcoíris. —Nadie puede hurtar mi rocío, ni la armónica
inefable que le pone aire a las alas.
Trabajo con el aroma de los pinos y los eucaliptos: no es un crimen
construir abanicos con la trementina del aliento.
Es salud, respirar con devoción, la madera del tiempo.
Es orgásmica esta ventana de palabras en el cuaderno del zodíaco.
Es la sangre que sacude la puerta de los trenes y los barcos.
Las especulaciones se las dejo a las espinas para que elaboren
su propio veneno o su disfraz de tóxicos,
o su vaselina para su propia introspección.

Barataria, 24.XII.2010

2 comentarios:

Marina Centeno dijo...

Querido André:

Es tu oficio el que te hace irreconocible y transparente, es precisamente la capacidad del verbo cuando clava su aguijón tan dulcemente que la miel se asparce entre las venas y viene el entumecimiento de los días, esos que parecen muertes lentas, agonicas, mecidas entre la multitud de las palabras...porque mueres Poeta, mueres a cada poema, con los ojos abiertos y el semblante de estrellas prófugas... para qué decirte que yo te resucito, que a cada renglón te me estremeces y me atrevo a rozar tu piel, a veces salvajemente, a veces tenue, a veces gratuito, a veces....a veces....

Así el poema -tus poemas- me abarcan, me llegan y desatan de mi los nudos que se aprietan entre mis alas.

Besos navideños, Poeta.
Marina Centeno.

André Cruchaga dijo...

La poesía, Marina, tiene ese poder de desblamiento. A menudo en cada poema nos acompaña el júbilo negado;
las redes de la luz en el pecho,
las inclemencias de la bruma,
el acecho descalzo de los espejos,
el sobresalto de los arroyos,
o la evasiva ropa de las conquistas.
Así, el poema, es esa autognopsis de la caligrafía en el cuaderno.

Gracias por tu mensaje elocuente.

Abrazos, en esta noche que va...

André Cruchaga