Siempre me toca, embriagado, consagrar en mis edictos, la luz
De la hoguera. Alivia la uva derretida donde navego.
El vado del aire que sube escaleras,
La respiración que nunca se apaga, ni en los momentos más difíciles.
Siempre digo que hay cárceles apetecibles: —el fogón donde
Nos avasalla el jengibre,
El vaso de la euforia, la voz que se abre al desatino.
De la hoguera. Alivia la uva derretida donde navego.
El vado del aire que sube escaleras,
La respiración que nunca se apaga, ni en los momentos más difíciles.
Siempre digo que hay cárceles apetecibles: —el fogón donde
Nos avasalla el jengibre,
El vaso de la euforia, la voz que se abre al desatino.
Imagen tomada de la red
INTREPIDEZ DE LA HOGUERA AL AMPARO DE LAS LCIÉRNAGAS
Seguid con vuestros ritos fastuosos, ofrendas a los dioses,
Siempre me toca, embriagado, consagrar en mis edictos, la luz
De la hoguera. Alivia la uva derretida donde navego.
El vado del aire que sube escaleras,
La respiración que nunca se apaga, ni en los momentos más difíciles.
Siempre digo que hay cárceles apetecibles: —el fogón donde
Nos avasalla el jengibre,
El vaso de la euforia, la voz que se abre al desatino.
(He vivido tanto tiempo en medio de telarañas que ahora lo menos
Íngrimo me parece un paraíso: la desazón abierta del sendero,
El sueño trastocado por tanta reminiscencia.)
De esta suerte viene la secuela filtrada del desvelo; quizá el yerro
Profético de la caverna, o simplemente, ese hilo que secretamente
Me sujeta al hueco de la mano que debe asistirme.
Junto a esta ficción atroz al amparo de las luciérnagas,
La zarza quejándose en mi conciencia, la misma hoguera que salpica,
Los horcones y las vigas, la sombra que pueda cobijarme en mi otoño.
Cuanto más la presencia de la brújula en desatino,
La noche bebe los balcones planetarios,
El lirio negro deshecho en las manos. El ansia, sin embargo,
En su carrocería de bahareque.
(A más zumo en mis pupilas, conmigo el aguarrás consumado:
La llama con tizne sobre la vegetación de las pupilas.
El barro convertido en guijarro.)
No sé si la hoguera tiene en su jarro de arcilla, un rato de resplandor,
Un cauce donde yo exista,
Un punto donde la lengua lama el musgo del cielo,
Una fragancia de aliento con decoro.
En esta suerte, el sueño empoza todos los juguetes posibles.
A más aire, más la agonía de gastarme los dedos. Los tímpanos.
La escalera de las cejas, los pasadizos crujientes de la ebullición.
Siempre me toca, ya por costumbre, morder las puertas de las falacias.
La materia inventada en la sal,
Los suspiros que uno enarbola a solas, casi dejándose morir.
Después de todo, también uno vive en medio de trajes ajados:
—La ropa es como el agua ensimismada de los ríos sobre las piedras.
Arde, entonces, el horizonte. La vida en la caricatura que se es,
La sed que nunca se sacia por más riego y humedad.
Nos miramos en la sombría palpitación de los harapos:
¿Qué humanidad nos ampara en esta indigencia, en esta desembocadura
De lápidas, en este río que da a la noche?
—Por suerte nos purificamos en la orgía del fuego. La ceniza
En nuestro pecho debatiéndose en los espejos.
La escoria es, al final, nuestro respiro. La mesa total que nos hiberna
Con su metabolismo terapéutico.
INTREPIDEZ DE LA HOGUERA AL AMPARO DE LAS LCIÉRNAGAS
Seguid con vuestros ritos fastuosos, ofrendas a los dioses,
o grandes monumentos funerarios,
las cálidas plegarias, vuestra esperanza ciega.
FRANCISCO BRINES
FRANCISCO BRINES
Siempre me toca, embriagado, consagrar en mis edictos, la luz
De la hoguera. Alivia la uva derretida donde navego.
El vado del aire que sube escaleras,
La respiración que nunca se apaga, ni en los momentos más difíciles.
Siempre digo que hay cárceles apetecibles: —el fogón donde
Nos avasalla el jengibre,
El vaso de la euforia, la voz que se abre al desatino.
(He vivido tanto tiempo en medio de telarañas que ahora lo menos
Íngrimo me parece un paraíso: la desazón abierta del sendero,
El sueño trastocado por tanta reminiscencia.)
De esta suerte viene la secuela filtrada del desvelo; quizá el yerro
Profético de la caverna, o simplemente, ese hilo que secretamente
Me sujeta al hueco de la mano que debe asistirme.
Junto a esta ficción atroz al amparo de las luciérnagas,
La zarza quejándose en mi conciencia, la misma hoguera que salpica,
Los horcones y las vigas, la sombra que pueda cobijarme en mi otoño.
Cuanto más la presencia de la brújula en desatino,
La noche bebe los balcones planetarios,
El lirio negro deshecho en las manos. El ansia, sin embargo,
En su carrocería de bahareque.
(A más zumo en mis pupilas, conmigo el aguarrás consumado:
La llama con tizne sobre la vegetación de las pupilas.
El barro convertido en guijarro.)
No sé si la hoguera tiene en su jarro de arcilla, un rato de resplandor,
Un cauce donde yo exista,
Un punto donde la lengua lama el musgo del cielo,
Una fragancia de aliento con decoro.
En esta suerte, el sueño empoza todos los juguetes posibles.
A más aire, más la agonía de gastarme los dedos. Los tímpanos.
La escalera de las cejas, los pasadizos crujientes de la ebullición.
Siempre me toca, ya por costumbre, morder las puertas de las falacias.
La materia inventada en la sal,
Los suspiros que uno enarbola a solas, casi dejándose morir.
Después de todo, también uno vive en medio de trajes ajados:
—La ropa es como el agua ensimismada de los ríos sobre las piedras.
Arde, entonces, el horizonte. La vida en la caricatura que se es,
La sed que nunca se sacia por más riego y humedad.
Nos miramos en la sombría palpitación de los harapos:
¿Qué humanidad nos ampara en esta indigencia, en esta desembocadura
De lápidas, en este río que da a la noche?
—Por suerte nos purificamos en la orgía del fuego. La ceniza
En nuestro pecho debatiéndose en los espejos.
La escoria es, al final, nuestro respiro. La mesa total que nos hiberna
Con su metabolismo terapéutico.
Barataria, 29.IX.2010
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