Esta suerte de historia nos encadena. Este incendio de barbasco
En alas y boca. Este oficio de dudas que escarba en el patio
De las ojeras. —la ventana del moho tragándose el metabolismo
Junto al juego más antiguo de la hojarasca.
¿En qué lápidas la utopía nos desvela el miedo, el cangrejo súbdito
De la arena, la tilde aguda del grifo,...
En alas y boca. Este oficio de dudas que escarba en el patio
De las ojeras. —la ventana del moho tragándose el metabolismo
Junto al juego más antiguo de la hojarasca.
¿En qué lápidas la utopía nos desvela el miedo, el cangrejo súbdito
De la arena, la tilde aguda del grifo,...
Fotoos artísticas en blanco y negro
ESTA SUERTE DE HISTORIA
A través de rayos cantos blasfemias
Soles y serpientes mundos de vidrio
Pomos perdidos
Amaneceres con lluvia
lluvia de sangreTemperatura y tristeza.
JORGE EDUARDO EIELSON
JORGE EDUARDO EIELSON
Esta suerte de historia nos encadena. Este incendio de barbasco
En alas y boca. Este oficio de dudas que escarba en el patio
De las ojeras. —la ventana del moho tragándose el metabolismo
Junto al juego más antiguo de la hojarasca.
¿En qué lápidas la utopía nos desvela el miedo, el cangrejo súbdito
De la arena, la tilde aguda del grifo,
La niebla grave de las carretas, las lunas torrenciales del güishte,
Entre las manos como moscas escupidas por dioses furibundos?
Y, para colmo: la bocanada de polvo, los cántaros rotos del día,
La sartén purulenta de los ecos,
El peltre sucio de la salmuera.
Los zaguanes oxidados de la conciencia, la lluvia de ajuate mordiendo
La piel hasta enhebrar el salpullido en la lona sin andamios del cuerpo.
—Cada saliva es una suerte de historia.
Quizá el funeral de los días.
Quizá el espejismo del mercado con su griterío.
La lluvia, más que lavarnos, nos sirve de ciudad y espejismo.
Enllava las calles de murmullos.
Muerde la lechuza oscura de la sangre. Sangra el rostro en los helechos
Dentro de mi propia intemperie.
Un día no seremos, sino el rostro del diluvio,
Los días cansados del buey con mosquitos, el residuo industrial
De la inteligencia, quizá la pared escarbada de las ausencias.
Cruzamos la vieja calle de los zapatos con olor a mirto y a cipreses,
El sombrero vacío en la plaza,
El gajo de neblina como muslos promiscuos,
El luto abriéndose camino en los ijares, el espejo creciendo en el barro.
La vida pasa, pero quedan los días que amé con su sabor a menta.
Me llevo los calcetines blancos del azúcar,
Las bragas incógnitas del deseo, las cuatro esquinas de los pétalos,
La puerta dibujada en el desagüe del cuaderno, el plato ahuyentado
Por el hambre. Me llevo la campana del rocío entre mis manos.
Hay, sin duda, en sábanas y ventanas, alfileres de premonitoria oscuridad,
Guardianes de repudiada hostilidad. Hay la cal como el escombro.
Sillas póstumas en el entrecejo.
Hay rostros quebrados en el agua. Súbitas correas de sol.
Llevo años durmiendo en la uña rota de la vereda. Llevo mundos
En el falo del candil. Llevo el alarido del machete, —la entraña rota,
De las catástrofes.
Aprendo en las alcantarillas, la lección diaria de los dientes.
Todos estos años bronceados por los recuerdos. Todas las edades
Del sollozo. Toda la calle con sus imprevistos canastos y guacales.
Entre más pienso el mundo, entro a la repostería de lo efímero:
Sólo van quedando las palabras del jengibre y el polvo de las películas.
Barataria, 20.IX.2010
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