Ventana para el poema, columpio del alfabeto
Último balcón sin jardines
En la mesa las pupilas sirven de tenedores. No hay ojos.
Los libros me frotan con su almácigo de letras.
Ahora cambian sus bigotes los pasos del Universo.
Las arrugas, sin embargo, se hicieron de tantos árboles
Caídos. No veo flores en la respiración de las piedras,
Ni en el caduco pasamontañas de las estrecheces.
(Un día sabrás que los barcos tienen bocas oscuras;
Y que tus piernas se vuelven balcones azules).
Las llaves de las sombras sirven para abrir los ojos;
El día tiene las suyas en los jardines.
Cuando las campanas suenan es porque están recogiendo
La ropa del horizonte, el badajo desnudo del sonido…
Siempre la lectura del presente tiene sílabas equivocadas.
En las desigualdades, siempre la renta personal sube
Hasta formar nuevas estructuras episcopales.
El amor, —¿qué es el amor sin cerrajeros? ¿Qué es sin
Baldes de agua para tantos millones en el Planeta?
—Es un sueño con muchos impuestos y sin huelga de hambre.
No se puede jugar a la lotería sin conspirar con imanes.
En la hora de las cebollas los dientes no seducen,
Las clases de matemática siempre me han parecido un tren
Sin abrigo; las de lenguaje un baño sin puertas y con mucha
Espuma. En la bodega de las tiendas no se puede almacenar
El alma, ni hay ventanas para pedirle auxilio a los días
Festivos. Siempre mi poema diario pasa las pesadillas
De los sueños: sufro la intimidad en el columpio del alfabeto;
Pero claro, ya cuando el pulmón se llena de ramas,
El vuelo olvida, vestidos, pantalones y chancletas…
Las nubes irrumpen como flotillas de sombreros en mis
Pupilas, —es hora de analgésicos para dibujar nuevas postales.
Los balcones a menudo me parecen un paisaje muerto.
Sobre todo si no puedo delimitar el puerto del resuello,
La brumosa araña, unísona, de las estribaciones. Ese cuello
Donde la lengua hace la digestión, y la saliva su fermento.
En los días grises me hacen falta camiones de sonrisas.
Fotografías así, donde las cejas se arquean, y se pierde el molde
De los puntos cardinales, y la fuga es la libertad de los codos.
El día espera sus prodigios en los pájaros. —al filo de la tarde,
Es hora del contrasuelo y guardar el columpio de los zapatos.
Es costumbre mía llenarme la cabeza de papeles: oler la tierra
Mojada de la ropa y asegurarme de guardar la luna en mi alforja.
Digamos que el aire de lluvia acecha las ventanas:
—Digamos que ahí bailan, a buen ritmo, los espasmos, y que ese
Ritmo por si solo, no necesita de paracaídas para anclar bien
En puerto. El hambre es terrible entre murciélagos.
Después de todo no le resto nada a los caballos del sorbo,
Ni al pulso cuyo antídoto lo pone el palco con su alacena.
Ahora, después de todo, la miseria no deja de ser amorfa.
Y sin embargo guardo manteles: los del propio sueño,
El vientre amorfo que taladra mi conciencia, la alegoría
De la Pascua con tortillas, y la prestancia para atinarle
a las paradojas.
Barataria, 17.VIII.2009
Último balcón sin jardines
En la mesa las pupilas sirven de tenedores. No hay ojos.
Los libros me frotan con su almácigo de letras.
Ahora cambian sus bigotes los pasos del Universo.
Las arrugas, sin embargo, se hicieron de tantos árboles
Caídos. No veo flores en la respiración de las piedras,
Ni en el caduco pasamontañas de las estrecheces.
(Un día sabrás que los barcos tienen bocas oscuras;
Y que tus piernas se vuelven balcones azules).
Las llaves de las sombras sirven para abrir los ojos;
El día tiene las suyas en los jardines.
Cuando las campanas suenan es porque están recogiendo
La ropa del horizonte, el badajo desnudo del sonido…
Siempre la lectura del presente tiene sílabas equivocadas.
En las desigualdades, siempre la renta personal sube
Hasta formar nuevas estructuras episcopales.
El amor, —¿qué es el amor sin cerrajeros? ¿Qué es sin
Baldes de agua para tantos millones en el Planeta?
—Es un sueño con muchos impuestos y sin huelga de hambre.
No se puede jugar a la lotería sin conspirar con imanes.
En la hora de las cebollas los dientes no seducen,
Las clases de matemática siempre me han parecido un tren
Sin abrigo; las de lenguaje un baño sin puertas y con mucha
Espuma. En la bodega de las tiendas no se puede almacenar
El alma, ni hay ventanas para pedirle auxilio a los días
Festivos. Siempre mi poema diario pasa las pesadillas
De los sueños: sufro la intimidad en el columpio del alfabeto;
Pero claro, ya cuando el pulmón se llena de ramas,
El vuelo olvida, vestidos, pantalones y chancletas…
Las nubes irrumpen como flotillas de sombreros en mis
Pupilas, —es hora de analgésicos para dibujar nuevas postales.
Los balcones a menudo me parecen un paisaje muerto.
Sobre todo si no puedo delimitar el puerto del resuello,
La brumosa araña, unísona, de las estribaciones. Ese cuello
Donde la lengua hace la digestión, y la saliva su fermento.
En los días grises me hacen falta camiones de sonrisas.
Fotografías así, donde las cejas se arquean, y se pierde el molde
De los puntos cardinales, y la fuga es la libertad de los codos.
El día espera sus prodigios en los pájaros. —al filo de la tarde,
Es hora del contrasuelo y guardar el columpio de los zapatos.
Es costumbre mía llenarme la cabeza de papeles: oler la tierra
Mojada de la ropa y asegurarme de guardar la luna en mi alforja.
Digamos que el aire de lluvia acecha las ventanas:
—Digamos que ahí bailan, a buen ritmo, los espasmos, y que ese
Ritmo por si solo, no necesita de paracaídas para anclar bien
En puerto. El hambre es terrible entre murciélagos.
Después de todo no le resto nada a los caballos del sorbo,
Ni al pulso cuyo antídoto lo pone el palco con su alacena.
Ahora, después de todo, la miseria no deja de ser amorfa.
Y sin embargo guardo manteles: los del propio sueño,
El vientre amorfo que taladra mi conciencia, la alegoría
De la Pascua con tortillas, y la prestancia para atinarle
a las paradojas.
Barataria, 17.VIII.2009
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