sábado, 26 de abril de 2008

Avidez del espejismo_Poema de André Cruchaga

Ilustración: Paisaje de Los Alpes suizos.




Avidez del espejismo



Para Walter Iraheta Nerio.




Un día, la sed soñó un juguete: nació el espejismo.
Andrés Sabella


Jamás fui a ninguna parte y sin embargo la sed,
Se aferró a mí, a bordo de este caminar sediento.
El viento sabe la exactitud de mis palabras: la corola
Del fuego entre la bruma, los límites tangibles de lo eterno y fugaz,
Las leyes del sueño donde Cristo es posible,
Con sus inasibles anzuelos —ánforas, digamos—,
De incesante y secreta tierra y desnudos silencios.
Los ojos enteros enmudecen en la distancia: trópico y nieve
Mientras se estremece la sangre en la lluvia y el temblor del ansia.
La nostalgia tiene un eco de palabras y ramas de fragante
Hierbabuena; espesa es la espuma que la agita, —hálito de sal
Hundiendo su cordaje, en la vaporosa sonrisa del paisaje.
Ninguna soledad ha sido tan fuerte como esta sed de barcas,
Como este cansancio de pájaro sobre una carpa de errantes
Huéspedes: celadores de tardes grises y cohibidas…

Un día, la sed soñó un juguete: nació, ávido, el espejismo.
Nació el ascua de los caminantes buscando en otras tierras la alegría,
Nació el latido del hombre con letras infinitas, con eco de estrellas
Dulces, con el ansia de otra mesa menos oscura…
Un día, atravesamos todas las agujas profundas del peligro;
Se dejó el jade silencioso en espesas noches de neblina,
Se dejó el ala verde del suspiro y el musgo familiar del pecho:
El terror vaciaba los cráneos hasta horadar la orina.

Era la medianoche del pensamiento y el peligro.
Era el peligro haciendo frágil la vida, era el suelo en el corcel
De la muerte, eran las diademas del exterminio vaciando los ojos.
Era la muerte en el lecho: oscura habitación de los rostros,
Entre los raídos espejos del horizonte. Era el lecho del cieno.
Sombras de hierro hacían sonar tambores de viento.
Todavía escucho el sonido confuso del llanto, el grito de histeria,
Y la sangre abriendo los huesos sobre las aceras.
La hora para reír aún está de espaldas. Aún la amenaza dispara
Ojos de espanto y absurdas raciones de niebla.
Aún la muerte nos acaricia las manos con su semblante demacrado,
Frágil es la luz que nos viene del alba. La sed fue antes y hoy,
Una necesaria linterna para salir de los ojos del miedo.
¿Qué lugar nos ampara sin que nos coma la noche?
¿Qué hilo nos une sin el dolor del desastre colectivo?
A veces la inmensidad del vejamen llega hasta la locura:
Uno se niega a sí mismo, dejando atrás los espectros,
El peligro, los ecos de las casas derruidas, la propia danza
De las piedras que infatigables socavan la vida.

Un día, fue tanta la amenaza y el peligro y el abismo,
Que el espejismo de las velas, se tornó en suculenta guarida
O, al menos, en un posible arado donde la vida
Tuviera razón de crisantemo y asombro, y no lengua de infierno,
Ni tejado de cementerio…
Barataria, 26. IV.2008.
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