Ilustración: Marc Chagall.
Elegía cuarta
Busco cosas, me acuerdo de otras, vuelvo a los poemas,
y además voy y vengo, quiero, juego, trabajo, espero,
desespero y considero…
Julio Cortazar
Todo retorna a las aguas oscuras del mar:
Incluso las sombras de la luna y la tristeza,
Los muros de grandes escenarios,
El mundo ilusorio y la orgía que anima,
Los lujos de los dioses y los hijos de los hombres:
La noche grita en el barco de mi yo,
La soledad del corazón pare abismos.
La voluntad claudica cuando la tormenta arrecia,
La estupidez brilla como el hacha del leñador,
La mujer viéndome con sus ojos vacíos delante del espejo…
Yo sumergido en un exilio cotidiano,
Caminando con el rostro interior de la demencia.
Al fin de cuentas, los ojos guían
Esta montaña de alucinaciones.
Después de todo nada queda sino niebla,
La ceniza, el fuego de los sueños,
Las alas rotas de un moscardón en la ventana,
Crujiendo en las ramas de su propia tempestad.
Las escarchas de medianoche de Coleridge.
Keats en la noche solitaria de invierno.
Por todo, en gotas de rocío quiero hundirme
Y mezclarme con la ceniza: lejanías
Del recuerdo de Novalis, ramas, esperanzas
En ropajes rotos, tizne al atardecer, horizonte huyendo.
De pronto uno cae en la cuenta con Quevedo:
“Vivir es caminar breve jornada
Y nada que siendo es poco y será nada en poco tiempo”.
Harto estoy de desnudarme a solas con su cuerpo,
Sentir la forma del mundo y ella nos mantenga de cabeza.
Algo de Góngora hay en este desierto de peregrino;
Aunque para mí siguen doliendo más las partidas.
La espera se torna en fiera desafiante,
O en asombro de ver al propio yo,
En la levedad insoportable del ser sobre las aguas.
Alguna vez nos cubrimos sólo con el viento;
Ahora sólo es el eco de aquel sonido extinguido:
Medio vivir en este mundo. Allanamos las manos de los muertos.
Y ocupamos esos cuerpos rotos y oprimidos por la fatalidad.
Ella cantaba boleros como dice Cabrera Infante.
Eran surrealistas todas sus ansias y sus líneas;
Pero ya no importa. “El reloj se volvió páramo”.
Hoy ella baja las escaleras frías de Omaha y Des Moines.
Yo sigo tirando mis pensamientos al aire,
Y escribiendo nombres parecidos al silencio.
Después de esto pienso: es triste morir,
Y yacer en los umbrales de imposible calma.
Quizá el secreto esté en no sentir la vida…
Barataria, 25012004
Elegía cuarta
Busco cosas, me acuerdo de otras, vuelvo a los poemas,
y además voy y vengo, quiero, juego, trabajo, espero,
desespero y considero…
Julio Cortazar
Todo retorna a las aguas oscuras del mar:
Incluso las sombras de la luna y la tristeza,
Los muros de grandes escenarios,
El mundo ilusorio y la orgía que anima,
Los lujos de los dioses y los hijos de los hombres:
La noche grita en el barco de mi yo,
La soledad del corazón pare abismos.
La voluntad claudica cuando la tormenta arrecia,
La estupidez brilla como el hacha del leñador,
La mujer viéndome con sus ojos vacíos delante del espejo…
Yo sumergido en un exilio cotidiano,
Caminando con el rostro interior de la demencia.
Al fin de cuentas, los ojos guían
Esta montaña de alucinaciones.
Después de todo nada queda sino niebla,
La ceniza, el fuego de los sueños,
Las alas rotas de un moscardón en la ventana,
Crujiendo en las ramas de su propia tempestad.
Las escarchas de medianoche de Coleridge.
Keats en la noche solitaria de invierno.
Por todo, en gotas de rocío quiero hundirme
Y mezclarme con la ceniza: lejanías
Del recuerdo de Novalis, ramas, esperanzas
En ropajes rotos, tizne al atardecer, horizonte huyendo.
De pronto uno cae en la cuenta con Quevedo:
“Vivir es caminar breve jornada
Y nada que siendo es poco y será nada en poco tiempo”.
Harto estoy de desnudarme a solas con su cuerpo,
Sentir la forma del mundo y ella nos mantenga de cabeza.
Algo de Góngora hay en este desierto de peregrino;
Aunque para mí siguen doliendo más las partidas.
La espera se torna en fiera desafiante,
O en asombro de ver al propio yo,
En la levedad insoportable del ser sobre las aguas.
Alguna vez nos cubrimos sólo con el viento;
Ahora sólo es el eco de aquel sonido extinguido:
Medio vivir en este mundo. Allanamos las manos de los muertos.
Y ocupamos esos cuerpos rotos y oprimidos por la fatalidad.
Ella cantaba boleros como dice Cabrera Infante.
Eran surrealistas todas sus ansias y sus líneas;
Pero ya no importa. “El reloj se volvió páramo”.
Hoy ella baja las escaleras frías de Omaha y Des Moines.
Yo sigo tirando mis pensamientos al aire,
Y escribiendo nombres parecidos al silencio.
Después de esto pienso: es triste morir,
Y yacer en los umbrales de imposible calma.
Quizá el secreto esté en no sentir la vida…
Barataria, 25012004
Del libro inédito: Elegías.
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