©Pintura de
Jane Graverol
HUELLAS DEL
PRETÉRITO
Asumo las
idas y regresos, las señales dejadas por el pretérito.
Innumerables
veces he caminado hacia la nada:
ahí el
mundo al revés enteramente. Enteramente falaz.
Incierto
como una dádiva de preservativos
en el
charco de jungla de una sombra de trenes amarillos.
Confuso
todo sin resucitar según la profecía bíblica.
La misma
mudanza todos los días que dan ganas de suicidarse:
nunca es
fácil sobrevivir a los términos que impone lo hosco.
La
perplejidad desenvaina su impavidez, el mismo infierno
de los
frigoríficos, el de las herrerías, o de las bocas desatadas.
A ratos
prefiero la equidistancia, sin desaparecer.
Vender
golosinas en el atrio de cualquier iglesia,
golpear mi
aliento con los cánticos de las feligresías consumadas,
enredarme
en el tumulto de las voces disonantes, agudas, ásperas;
en fin,
perderme en lo humano del alboroto.
Esperar el
siguiente golpe de una serpiente en el asfalto.
Siempre
resulta extraño escuchar o recordar los onomásticos.
Y enmudecer
de duda frente a los que cantan.
Pensar que
la historia es un traje oscuro y que se repite de diferente
manera
sobre esta tierra sin presunción de inocencia.
Pensar, sí,
que aún la luz es difusa enrocada en el bullicio y será
cadáver
pulverizado en medio de la maleza del conocimiento.
Del libro:
«Mesón Vallejo», 2020
© André
Cruchaga
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