©Pintura de
Joan Mitchell
TODAS LAS MUECAS POSIBLES
Allá en la forma del ave, sanadas las cenizas del mar muerto
de los jardines, tu cuerpo claro sobre la losa que cala los
poros.
Demasiado espasmo para sortear este mundo poco inocente.
Algo parece irresuelto en los aturdimientos y la oscuridad
estática.
Sobre la mesa, la sombra inocua de los días de constante
ahogo:
(el celofán del aire sobre las hojas artificiales del
vendaje.)
Para ser libre, el tiempo sin alcantarillas y los peldaños
absolutos
de la escalera sin nicotina, ni agónicos sollozos:
al final uno sabe que las alas funcionan como un vilano de
sueños,
que el camino del pan es angosto como los túneles.
A los fuegos de la sangre hay necesidad de quitarle lo
agridulce,
desarrugar los guantes y coger al vuelo las mariposas.
En la punta del placer memorable, la lengua del fuego acaba
siendo
un agolpamiento de saliva de irrevocables peces,
la red salina de los litorales, la plena herida que subyace
en la brizna.
O la siempre agreste desnudez del otro lado de la entraña.
A nuestras espaldas, el puente como un centinela trocado por
pájaros.
Nunca pudimos preservar la felicidad para liberarnos
no de la infinitud del placer, sino de las cortinas
resbaladizas
de los muelles apoltronados en la herrumbre.
Entre lo tortuoso y hostil solo nos queda la tiranía de la
esperma
desasida sobre la piel de humo de la ciudad.
San Francisco,
California, 2013
Del libro:
«Bahía St. y otros poemas», 2013-2014
© André
Cruchaga
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