©Pintura de
Paul Delvaux
JARDÍN DE PÚAS
Nada más el
bostezo mientras camino junto al duelo de la razón.
Allí, nadie
reposa, ni ríe frente a una puerta invadida de ceniza.
Hay
banderas de impaciencia y destrozadas lenguas en los miedos
inminentes
de las palabras rotas, huérfanos los horcones
infantiles,
fermentados por la fetidez.
Bajo un
réquiem de sombras, el tedio hunde sus manos muertas.
El ave
feroz de las calles no perdona los escombros de aquí,
ni esta
ternura que a ratos parece extraña en mi alforja.
Confusa la
luz de las estaciones, es evidente el charco difuso
de las
ventanas y la caries del paraíso.
Como una
cresta de piel abofeteada, el largo cuchillo de nupcias
tardías en
medio de los terrones de la respiración,
los himnos
extraños debajo de las cobijas de lo acontecido,
o aquellos
zapatos desclavados, como sordos lavabos.
Siempre la
miseria nos envuelve con su carne de ave herética.
(Claro, es
un acto puro, como el instante de la eucaristía.)
Alguien
habrá de atestiguarlo en el futuro hurgando en su conciencia,
o en algún
rostro alcohólico, cansado de buscarse.
Sueño
certidumbre de hormigas en mi remanso de esqueleto.
Del libro:
«Mesón Vallejo», 2020
© André
Cruchaga
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