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DECLIVE
DE LOS ESPEJOS
Deshecho el
tejado, bajan las goteras hasta el alma: las ropas húmedas fermentan cada uno
de los huesos que conozco, cada una de las razones que desencadenan la lluvia. Entre
múltiples sarcófagos, los pies hundidos en las ojeras de la tierra, la piedra
de bruces sobre la boca, la levadura que huye de mi sombra. (Tiemblan, sin embargo, tus senos en la
altura de la primavera, en la impaciencia de cada rostro efímero. Al ras del
suelo la carroña de las poluciones, la ofrenda de ceniza en los pavimentos, el
ombligo anticipado del surco final.)
He visto el
dolor desnudo de los peces tropezando con el gemido de las heridas que nunca
olvidan los bisturís. He visto la sombra de los perros que muerden el vacío.
En la
desventura de la pupila enrollada en salmuera, el guijarro inmóvil, como un
rebaño de tropeles ciegos, sin rumbo y sentido tal las banderas desolladas por
la intemperie.
Todo se
desvanece en la sangre del silencio: en la anatomía de los alacranes, la
historia podrida con su lascivo aroma de ajetreo en celo. Ante cada mordisco,
la piel desmoronada y su asfixia.
Del libro:
“Antípodas del espejo”, 2018
©André
Cruchaga
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