Imagen cogida de la red
GRITOS DE LA SOMBRA
Nos incendia
la racha de gritos como la gota de sombras que muerde la risa.
Duelen las
pestañas de humo colgando de las vigas del cielo.
Duermo a la
orilla de la línea oscura de los tapiales, entre la piedra y el machete,
en medio de
la túnica mortuoria de la boca y la saliva.
A veces
nunca salen las sombras de su placenta.
Alto como la
noche, el monólogo del otro interlocutor incierto: hay un punto donde
el grito
atasca los pensamientos, y excede los tropezones de la bruma
y el barniz,
los amuletos infinitos, y los tambores de las mareas prenatales.
Uno grita,
─y lo sabés─ cuando arrecian las inclemencias y la jaula no da para escribir
memorándums, ni cartas con membretes oficiales.
(Supongo que de vez en cuando amamos la perversidad,
el doblez de la terquedad
de la antítesis, los terrores que se fraguan
alrededor de los retretes.
También en las conjeturas e inferencias hay cierta
tiranía.
Alguien me habló con malicia de la fatalidad, de
la crónica de Lázaro, a condición
de no sé qué cosas, propias de las
mutilaciones.
Ahora me río por supuesto de todos esos
promontorios de basura. Me río
del calostro totémico de las libélulas, quizá de
la camisa de fuerza amarrada
al cuello. Por doquier me hundo en el aullido del
polvo: el follaje es demasiado oscuro
en el ojo ciego de los rincones del luto.)
¿Cuántos
rostros sepultados nos hablan? ¿En cuántas ciudades es de noche siempre? ─Juro
que todo infinito es ciego cuando está debajo del mausoleo
de la noche.
Por supuesto hay que seguir caminando sobre el fuego…
Barataria,
09.IV.2016.
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