Imagen cogida de la red
CERTIDUMBRES
En la alta
escalera de la espuma, el viaje intenso del desvelo y sus comensales.
A ciertos
muros, uno sabe la totalidad de heridas
que los sostienen.
Uno intuye,
por cierto, toda la claridad que pierden los párpados, los olvidos
dejados en
la borrasca de las esquinas, o los dientes que ahora son cuchillos
indefinibles, como la mueca del espantapájaros en el vacío.
Resulta que
los andamios de madera que sostienen el aliento son alienables:
(Así se nos dice hoy, someramente desde las perspectivas
del mercado);
a veces la
claridad tiene sus sesgos ideológicos, es tal mientras se construye
la noche y
sus productos derivados.
Y qué pasa
con la yugular del agua que atraviesa las fluorescencias del agobio,
las amarras
míticas de las antenas de la hidrocefalia,
el lupanar
viscoso y absorbente del abismo en que nos hunde la nostalgia,
el parpadeo
del mal de orina en el talón de Aquiles, o la rosa perfumada
en las
telarañas de la sed y el hambre, en la abstinencia claustral
de la
melancolía, disecada la humedad hurtada a las piernas totémicas
del
paréntesis: ay, la cisterna del hormiguero en el goteo del cuentagotas.
El sigilo es
mayor a la altura de las axilas del tiempo.
La desnudez
no sirve para hacer crecer los reservorios, ni convertir el coágulo,
sólo emanan
fluviales calles de cuervos, y distinta nubosidad en el cántaro
indiscernible
del espejismo.
También el
desvarío es certeza en medio de las grietas. Nos muerde la sola
complejidad de
los sueños quemados, la arteria rota de la sequía.
El sólo
despertar en la desnudez, contenido el candor inefable, es una hazaña
casi
inocente en estos parajes de insensibles noches diurnas…
Barataria,
17.IV.2016.
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