Imagen cogida de la red
ANILLOS CONCÉNTRICOS
Era el
ojo en el ojo del ojo del mar en movimiento, del mar sólido dentro de otro mar
en lo profundo del aliento. La luz descamisada, el reloj seco como raja
repetida
[de rescoldos.
Es
menester que el soplido del viento apague los pensamientos: uno no fía golpes,
muchos de ellos los proveen gratis ciertas legiones de ángeles.
Sangran
acurrucados todos los miedos. Sangra, allí, el deletreo de la boca,
el polvo
abollado de la sombra y el petate íntimo, sin cobija de la desesperanza.
(Me temo que los pies no parecen ser eternos,
despiertan sus propias fatigas
al punto de librar oscuros pavimentos, de
arrancarle los párpados a los héroes nacionales, relamer el grito de los
golpes, recoger los pedacitos de moscas maltrechos en la cajita
de fósforos de
los suspiros.
Me temo que en los espejos quebrados aparecen
esquinas espiando el poco extravío
que nos queda: a uno se lo lleva putas
cuando quiere juntar todos
los colores descoloridos de los tabancos
donde duermen los chuchos.
Sí, susurran las voces a mansalva y no
entiendo ninguna: uno en vez de desenvainar esperanzas, lo hace con cadáveres,
con el trastabillar de los dientes
con calles semidesnudas de oficio, con anillos concéntricos en sus esquinas.
─¡Vos sabés contar las horas detrás de la
paciencia!
Suena en los oídos el tintineo de la misa.)
Un amigo
de desvelos fúnebres, se culturiza con el lenguaje del más allá.
Cuando
acabe el mal de ojo, declararemos día nacional al polvorín
de las
luciérnagas. Y también a los balcones de la concurrencia.
Barataria,
31.III.2016
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