Imagen cogida de la red
INVENTARIO DE IRREALIDADES
En las habitaciones de los
burdeles, los lavatorios oscuros del oráculo.
La soledad de los andenes
desploma todos los inventarios de las heridas
del país, toda la locura que se
arrastra a borbotones.
El país es inenarrable, tampoco
llega a la categoría de póstumo: envejeció
luego en las proclamas del
aullido, crece en las paradojas de los termómetros.
(No existe duda alguna de esto. Vivimos una farsa continua de gestos
y coronas, de fiebres como lava esparcida: jamás hay excepciones
en el sobresalto. La sombra aúlla semejante al abrazo.)
En todas direcciones el sarampión
repite sus poderíos inútiles.
No solo es la irrealidad
consagrada de las estaciones, sino este infatigable tiempo
de muertos, el que
nos sale al encuentro y nos degüella.
Uno bebe sólo esperanzas en este
guacal de cuchillos y versiones acumuladas
del tizne: entre las antorchas
quemadas de la lengua, los testaferros y sus lentes
oscuros y las rodillas
gastadas y los ojos magullados de la masturbación.
Llegamos a la humedad abyecta del
sollozo, allí la risa arrancada a la sangre,
las calles incomprensibles sobre
mis ingles, la locura extrema de los falsos contrarios, colgando de algún
mecate de saliva.
Aquél únicamente devora bichos
raros en su delirium tremens, o (síndrome confusional agudo); mi mente prefiere
el suicidio a tanto insulto, a tantos cadáveres y pelos
en la comida: hay que
ser imbécil para pretender tapar el sol
con un dedo. Toda esta seudo
caridad es una tortura.
Mañana siempre estaremos deshabitados
alrededor del terror.
Barataria, .2016
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